“Boludo, fue así, te lo juro”. No fue el maracanazo, pero
casi.
Ricardo no se cansaba nunca de esa historia sobre un partido
de fútbol de mucho antes de que naciéramos. Nombraba jugadores que no
conocíamos y un torneo jugado por tres equipos,, entre ellos River y Boca, que
sonaba tan poco creíble que solo podíamos imaginarlo en un cuento de
Fontanarrosa o en el realismo mágico de García Marquéz.
“En serio pelotudos, les juro que fue así, jugaban los dos
más grandes de Argentina y una selección, no recuerdo cuál era”, insistía una y
otra vez Ricardo, mirándonos a los ojos, uno por uno, suplicando un auxilio que
nunca llegaba, mientras el negro comenzaba a dibujar esa sonrisa maliciosa que
anticipaba problemas.
“A ver, vos me vas a decir que una selección europea, porque
siempre decís que es de allá pero nunca te acordás cuál es. ¿Vos decía que una
selección de ese poderío jugó un torneo contra Boca y River, y no sólo que no
lo ganó sino que lo perdió de esa manera? Ricardo, te quiero, pero te faltan
jugadores, estás loco”, le tiró el Negro, ante la mirada cómplice de Dardo, que
a esa altura no paraba de reírse, situación que se repetía cada vez que el
debate aparecía en la mesa del bar.
“El Negro tiene razón, eso nunca pudo haber ocurrido”, le
tiró Gerardo, mientras masticaba un palillo entre los dientes.
“Les juro que sí. Estos tipos le habían ganado a Boca y a
River se lo iban ganando 4 a 2. La gente se iba yendo, ya tenían la copa lista…”,
alcanzó a responder Ricardo, antes de ser interrumpido.
“A ver viejo, vos sabes que yo te quiero, que sos como mi
hermano, pero en serio ¿de dónde sacaste esa historia? Ya la sabemos de
memoria, ahora ibas a decir que faltando siete minutos, vino un tipo, del que
tampoco te acordás nunca el nombre, hizo uno, luego lo empataron y el mismo
tiempo clavó otro… y todo a una elección europea, que según vos estaba
clasificada al mundial... en serio, basta”, le dije, con todo el dolor del
mundo de quien tiene que ser cruel con alguien que quiere para que vea la
verdad.
“Sí es cierto que es casi increíble pero es así, se los juro.
Mi viejo siempre me lo contaba”, dejó escapar Ricardo, abatido, por las
críticas y descreimiento y sin dejarme de hacerme sentir mal, por haber sido yo
el último en rechazar su historia.
“Lo que pasa flaco es que no creíble”, tiró Dardo, con aire
de intelectual, mientras abría una cerveza con el encendedor. “¿Por qué nadie
se acuerda de lo que vos contás, por qué sólo vos y tu viejo se saben eso? Es
simple. Nunca pasó. No es como el gol de Maradona a los ingleses o la palomita
de Aldo Poy. Tu viejo se lo inventó y es una linda historia, pero nunca pasó en
realidad”, le arrojó sin piedad, con esa severidad que pocas veces le veíamos, mientras
era aprobado por los demás.
Sin embargo, cuando todos creíamos que el debate se
terminaba Ricardo sacó una nueva carta. O un maletín de bajo de la mesa, de
esos que usan los maestros. Dos segundos después la mesa se llenaba de recortes
de diarios, captando la atención de todos nosotros, e incluso de personas de
otras mesas que habían estado siguiendo el debate sin que nos diéramos cuenta.
En ellos se hablaba de un River que había ganado todo, hasta
una Intercontinental, que Ricardo nos explicó que era como ganar el mundial de
clubes…
“Bueno sí, ese equipo ganó todo, pero esos recortes no dicen
nada de ese campeonato. Insisto. Eso no existió”, repitió Dardo, mientras Juan agregaba un
lapidario: “déjate de joder, se trata de un cuento de hadas inventado por tu
viejo”.
Ricardo nos miró a todos. Bajó la cabeza y por un instante
creí ver el brillo de una lágrima en sus ojos. Guardó todos los papeles en el
maletín y se tumbó, derrotado en la silla, a escuchar como sus amigos dejaban
la discusión y se disponían a hablar del desafío que tenían el sábado contra el
equipo del trabajo del Negro.
Con la estrategia de juego ya consumada y el paso de las
horas y las cervezas, las mesas se fueron vaciando y la nuestra también, hasta
que solo quedamos Ricardo y yo.
“Viejo, ya es tarde, ¿vos no te vas?”, le pregunté y recibí
un no por respuesta. No me extrañó. Su derrota en la discusión provocaba que
quisiera estar solo. Saqué plata de la billetera, la dejé sobre la mesa y me
fui. Ya no había nada que hacer.
Cinco minutos después, Ricardo hizo lo mismo, pero antes de
salir fue al baño. Cuando volvió observó algo extraño en la mesa. La plata ya
se la había llevado el mozo, pero debajo de un vaso había una hoja doblada.
Pensó que era uno de sus recortes, pero cuando se acercó se
dio cuenta que no era de los suyos. Lo levantó y lo abrió. Era una hoja de
revista que ya tenía el color amarillo que dan los años.
Estaba llena de fotos y un pequeño texto al costado. Eran
imágenes de un partido de River contra otro de camisetas rojas. La última
imagen era de un jugador haciendo una chilena. Una camiseta blanca elevada,
dándole la espalda al suelo, entre dos camisetas rojas. Una pierna abajo, como
dando equilibrio al vuelo, la otra bien extendida hacia arriba y un fútbol que
se despedía del pie y se alejaba unos veinte centímetros.
Ricardo rápido, nervioso, miró para todos lados y en la
puerta lo vio. Era un hombre ya entrado en años, anciano, alto, flaco, de ojos
grandes. Le sonrió y se fue.
Ricardo volvió a mirar la foto, casi incrédulo, sonrió y se
tumbó en la silla nuevamente, pero ya no derrotado, sino con la sonrisa de
quien espera el sábado para ganar el partido de su vida.
Pd: En el verano de 1986, en Mar del Plata, se jugó un torneo de verano entre Boca, River y Polonia. El primer partido Polonia se lo ganó a Boca y el segundo partido River venció a Polonia 5 a 4 tras ir perdiéndolo 4 a 2. A los 83 y a los 90 convirtió el uruguayo Enzo Francescoli. El quinto fue justamente esa chilena. A los 89 había empatado Centurión. Días después River le ganaría a Boca 1 a 0-
PD 2: A los que estuvieron en el desarrollo del cuento y a los que me enseñaron esa doble página siendo chico y a los amigos y desconocidos que puedan leerlo por primera vez, les digo gracias. Si no les gusta, está perfecto y si les gusta, buenísimo. El escribir es una forma de escapar de la realidad y es algo que me gusta.
Daniel, empece a leer el cuento y tenía en mi mente ese misma doble página del gráfico. Mis respetos a Francescoli y al escritor!
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