Un cuarto de dos por cuatro, poco espacio para
moverse, poco lugar para pensar. Eran esas las cosas que más le preocupaban
cuando las puertas de su celda se abrieron y por primera vez pudo salir de esa
habitación adonde lo habían encerrado por 20 años.
Salió al patio,
no conocía a nadie y de hecho tenía miedo de hacerlo. No había tenido una vida
para terminar en ese lugar pero las circunstancias lo pusieron allí, o mejor
dicho la mala suerte. Mientras contemplaba el patio de tierra y como un
picadito de fútbol se había instalado entre los miembros del pabellón de máxima
seguridad, una voz lo sacó de sus pensamientos.
- Vos sos nuevo
¿Porqué te trajeron cabeza, qué hiciste?
Miró a su
interlocutor y cayó en la realidad, las preguntas ya no empezaban sobre a qué
se dedicaba uno, sino qué era lo que había hecho para que cayera en prisión,
pero no pudo responder y antes de decir algo se escuchó otra vez que dijo,
-Mató un ángel.
Nadie entendió
nada y el hombre, el mismo que aún no cumplía 30 años comprendió que era el
momento de hablar y contar su historia, su momento de locura que hizo que lo
encerraran.
"20
años" comenzó diciendo mientras recordaba el momento en que le leían la
sentencia en una sala atiborrada de periodistas que habían escrito todo lo que
se les dio la gana sobre el caso y que hasta cierto punto comprendían
al acusado por lo que había hecho.
La Fiscal, una
mujer de 40 años soltera, famosa por ser de las más duras del sistema se había
mostrado extrañamente más blanda... ella también entendía al acusado y hasta
cierto punto pensaba que en poco tiempo ella hubiera cometido el mismo crimen.
Lamentablemente
para el acusado, un grupo de empresarios inventores de fechas habían puesto en
movimiento toda su maquinaria, era necesario una dura condena para dar una
lección.
Desde el momento
en que ideó el plan y lo llevó a cabo habían pasado varios años, siempre lo
había pospuesto por si pasaba algo que le hiciera ver que estaba equivocado
pero eso no había ocurrido.
Cuando lo ideó,
lo hizo sin querer, acababa de romper con una chica con la que había estado
saliendo y en la cual había puesto muchas esperanzas y entre llanto,
dolor y bronca había pensado en encontrar al culpable de todo y matarlo pero
con el tiempo el pensamiento se esfumaba y volvía a aparecer ante cada desilusión.
Sin embargo,
aquella tarde fatídica algo hizo click en su cabeza. Muchas gente a su
alrededor, pleno centro, algunos de la mano, otros se besaban mientras que el
resto eran familias disfrutando un buen día de sol. Sonrió para sus adentros y
pensó en sus días felices y de repente la recordó, la había conocido sin
pensarlo y algo en su risa le había encantado no obstante pasó mucho tiempo
hasta que se animó a invitarla a salir y cuando lo hizo se dio cuenta que nunca
se había sentido tan cómodo con alguien pero la alegría duró poco, ella ya
salía con alguien. Cuando sus recuerdos terminaron, lo vio corriendo, doblando
una esquina.
Era el momento
justo, la impotencia de los recuerdos y él allí presente, no podía ser
casualidad, sus destinos se habían cruzado.
Lo persiguió
durante varias cuadras, la gente lo miraba y no reaccionaba a la persecución,
incluso un policía le preguntó que le pasaba y sin frenar lo mandó al carajo
dejando al uniformado mudo por la respuesta.
Cuando llegaron
a un callejón se encontraron, la víctima lo miraba desesperado pero al mismo
tiempo sonriendo, ya sabía lo que le iba a pasar y de hecho no era la primera
vez que era perseguido con esa intención.
Se acercaron uno
al otro pero la víctima no reaccionó, o no quiso hacerlo, cuando él se le
abalanzó y lo agarró del cuello, tirándolo al piso.
Forcejearon y en
el medio de la trifulca él alcanzó a divisar a su costado un palo con una punta
de acero y sin pensarlo dos veces, la tomó y la clavó en el corazón de su
víctima.
A los pocos
minutos llegó la policía con cientos de curiosos, él estaba mirando el cuerpo
de su contrincante que yacía muerto en el callejón, después no recordaba nada
más de lo ocurrido, salvo escuchar a un juez que lo condenaba a veinte años de
prisión.
Se quedó
callado mientras los presos digerían la historia hasta que uno de
ellos preguntó si se arrepentía de lo que había hecho, y él, mientras sonreía,
solo pudo responder:
-No, desde ese momento estoy feliz por primera vez en mucho tiempo.
Y comenzó a
caminar, sin dejar la mueca de su boca, mientras volvía a escuchar al juez que
decía:
-Se lo halla
culpable y se lo condena a 20 años de prisión por asesinar a Cupido con una de
sus propias flechas.
PD: Este cuento lo escribí hace varios años, formaba parte de un blog que mantuve en el olvido durante mucho tiempo pero que curiosamente seguía figurando en mi facebook. Lo "desempolvé" porque uno siempre tiene ilusiones y desilusiones, sueños y esperanzas. Alguien a quien quise mucho me recordó que sin sueños e ilusiones no vale la pena vivir. En mi caso, estoy en un intento de crear nuevos sueños e ilusiones. La vida es corta, pero no se termina hasta que el barba hace sonar el silbato. Además porque no he escrito nada en varios días.
Por cierto, lo de matar a Cupido. Culpar a un supuesto ángel o al destino es la cobardía más grande que hay. Todos cometemos errores y a veces se asumen y otras no. Perdonar es divino y rara vez suele ser humano. Pero hay que practicarlo. A veces se pierden cosas de las que uno se arrepiente y a veces uno hace cosas de las que también se arrepiente. Pero uno se equivoca y el otro también. Nadie es perfecto. La vida es una comedia de ilusiones, hay que ir buscando siempre una o más.
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