martes, 19 de agosto de 2014

El último en caer

I
De los viejos vicios uno nunca escapa y del pasado tampoco. Igual yo no quería escapar, al contrario, volví a buscarlo.

Hace un año me había retirado de los negocios con mis colegas. Bah, éramos casi como hermanos. Nos conocíamos desde los 18 y hoy, a los 35, no podíamos quejarnos. Éramos jueces, empresarios, legisladores, sindicalistas y nos ayudábamos mutuamente sin importarnos nada, ni nadie.

Al menos así era hasta hace un año, cuando conocí a Carina. Nos presentó un amigo en común y charla va, charla viene, terminamos en mi casa esa noche y fue solo la primera. 

Pero éramos diferentes, ¿a quién se le ocurre enamorarse de una maestra jardinera? Pero así fue y me comencé a alejar de todo, incluso de los negocios y con ello, de mis colegas de la vida, de todos aquellos dispuestos a ir a la cárcel conmigo, porque en realidad era así, si caía uno de nosotros, caíamos todos, como si fuese un dominó.

Desde que el primero de nosotros, Agustín, tomó las riendas de la empresa del padre, todos nos vimos beneficiados. Comenzamos a ocupar lugares importantes, a hacer cosas que algunos dirían ilegales, o al menos turbias, y nuestras cuentas fueron creciendo. Desde ya les digo, el dinero no hace la felicidad, te crea la necesidad de tener más dinero y eso nos había pasado y yo había decidido volver a ese juego y por eso los convoqué a cenar a casa, aprovechando que Carina ya era parte del pasado.

II
- Pasen, dejen los abrigos en la habitación que tenemos que hablar.

El primero en sonreír fue Agustín.  Éramos los mejores amigos desde que nos conocimos y fue el responsable de que yo me convirtiera en una especie de intermediario a la hora de los negocios. También era el culpable de que Sebastián hoy fuese juez y de haber pagado la candidatura de Pablo a legislador, cargo que ocupaba desde hace tres años y que había servido para que Agustín aumentara su poder. En el fondo, yo lo admiraba.

- ¿Es decir que vas a volver? Preguntó Pablo, sin dar tiempo a grandes discursos. Siempre fue así, muy directo.

- Sí, pero antes quiero saber cómo les ha ido sin mí, cuánto han ganado y qué cosas han hecho desde que me tomé este año sabático, dije, sonriendo, sin querer dar muchas explicaciones.

- Antes de todo eso, ¿lo de Carina está superado? ¿está todo bien?, consultó Sebastián, haciendo una pregunta que todos querían hacer y que yo esperaba.

- Sí, lo de Carina ya está, fue un accidente. Me costó darme cuenta, pero ella estaba en el lugar y momento equivocado y seguir con su muerte, significaba que se destaparan muchas cosas que no convenían a nadie.

Todos callaron.

III
Carina había aparecido cuando menos la esperaba. Me enamoré perdidamente de ella. Tal vez porque era todo lo que yo no.  Si a Agustín le admiraba lo inteligente que era para acumular poder y dinero, a Carina le admiraba su nobleza, honestidad y humildad, y me propuse ser digno de ella, fue en ese momento cuando me alejé de los negocios.

No lo niego, iba todo muy bien hasta esa mañana. Ella iba camino al trabajo y el puente por el que cruzaba en su auto se desmoronó. Estuvo atrapada en el coche a punto de caer durante diez minutos. Lo último que vio fue a un bombero corriendo a su encuentro. Ni siquiera estuve ahí. Ya pasaron varios meses de aquel día.

IV
La cena fue tranquila. Los negocios habían prosperado a pesar de mi ausencia. Agustín era más rico que nunca. Pablo lo había ayudado desde su banca a quedarse con algunos negocios. Sebastián, nuestro juez, lo había salvado de varias demandas y Cristian, el sindicalista, había hecho callar a todo aquel empleado que quisiera levantar la voz en sus empresas. No había duda, la maquinaria que habíamos creado era perfecta y funcionaba sola.

Por supuesto, si a Agustín le iba bien a los demás también y así todo el mundo contento. 

- ¿Y con la rubia que pasó?, interrogó Pablo a Cristian

- ¿Qué rubia?, pregunté, ignorante de todo.

- Nada, el pelotudo este embarazó a la secretaria, en un robo la golpearon y abortó, pero la mina insiste en que los negros fueron mandados por Cristian, explicó Sebastián, que hacía alarde de saber de la investigación.

- ¿Y es verdad eso?, pregunté a Cristian.

- No hay pruebas de eso, respondió el boludo, dando a entender que la mina decía la verdad pero que eso no iba a prosperar. Desde la otra punta de la mesa, Sebastián asentía, orgulloso de haber sido él la persona que se encargara de eso desde su lugar de juez.

V
- Igual Cristian no es el primero que se la manda, Alejandro también tiene la suya.
Pablo sabía de lo que hablaba. Hace unos años yo había atropellado, borracho, a una adolescente cuando esta iba a la escuela. Venía de celebrar el cierre de un contrato y no la vi. De hecho, me di cuenta cuando un policía me golpeó para despabilarme.

Logramos mantenerlo oculto pero la madre no quería negociar. Se dio que Sebastián fue el juez de la causa y Agustín era el dueño de la empresa donde laburaba la mujer. Entre ambos la forzaron a aceptar un acuerdo y yo me salvé. Hasta esta noche, hacía mucho tiempo que no recordaba ese episodio. Un fantasma más que tenía en mi colección.

A partir de ese momento, todos nos habíamos colaborado. El mismo Pablo tenía denuncias por corrupción, al igual que Sebastián. Agustín ya tenía fama de estar involucrado en cada negocio turbio que existiese y yo había ayudado en todos y había sido ayudado por todos. Porque en definitiva, es fácil ser amigo en las buenas, pero en las malas es donde se complica y nosotros éramos especialistas en “arreglar” nuestros errores.

VI
- Bueno, hablemos de negocios, la cena estuvo muy buena, pero charlemos de tu regreso, sostuvo Agustín, casi como si fuese una orden.

- Dale,- le sonreí- , vamos al living que ahí estaremos más cómodos, mientras me dirigía a un mueble a sacar copas y vinos.

No puedo decir que la idea del regreso me resultaba fácil, tenía muchas dudas de hacerlo y tal vez, algo de temor, pero sabía que era necesario y que ya era hora de cerrar el trato.

Al mismo tiempo, sabía que ellos estaban nerviosos o preocupados por mi actuar tras lo ocurrido con Carina, y les quería mostrar que era el mismo de siempre, o esa la intención.

VII
El primero en caer fue Sebastián. No duró más de veinte minutos en la sala. Quizá se debió a que era el que más tomaba. Luego lo siguieron Cristian y Pablo. Agustín me miraba sin entender nada, intentaba ir a ayudar a los demás pero ya casi no tenía fuerzas, fue ahí que entendió parte de lo que estaba pasando y me miró. 

Le sonreí. No quedaba mucho tiempo, pero sentí que le debía una explicación.

- ¿Te acordás de Carina, de cuánto cambié por ella y de cómo me decías que la gente no cambia? Tenías razón, sigo siendo uno de ustedes, no cambié. El puente de donde cayó lo construyó una de tus empresas, estaba mal hecho y junto con Cristian callamos a todos los empleados que quisieron denunciarlo. Pablo fue el que te consiguió la licitación y Sebastián el que se encargó de dormir cualquier reclamo judicial. Entre todos la matamos.

- ¿Qué has hecho Ale?, me miró, con sus ojos azules, y con una mezcla de enojo e incomprensión.

- Hacer un último negocio, juntos, como siempre, como les dije. A ellos les queda poco tiempo, le dije señalando con un gesto a los demás. A vos te serví un poco menos, pero los vas a acompañar en unos minutos, sólo quería hablar un poco antes del final.

- Pero …

- Sé lo que estás pensando. Cómo ocultaré que fui yo el que los envenenó. No tengo ninguna intención de hacerlo. Como dije recién, yo también fui cómplice en la muerte de Carina. Yo también soy malo, le señalé, mientras llenaba mi copa, y sonreía, antes de tomar un último sorbo.


“Ya no hay duda y entendieron, copas rotas por el suelo, hoy la muerte va a venir y el diario saldrá diciendo del horror que ha sucedido y que el veneno era así lento, suave, letal…”

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