domingo, 31 de marzo de 2013

Una canción, una terraza y más...


“De un sueño profundo despertaste hoy, la última lágrima por tu cara rodó”. Sonaba Memphis en el colectivo, sólo pude atinar a hacer una mueca parecida a una sonrisa y observé al chofer. Era una cruel broma del destino.

Porque el destino había hecho que yo conociera a Mariela, que ella cortara conmigo unos días antes del 14 de febrero, que yo llamara a un amigo, y que cuando voy en ese colectivo, con la cabeza pagada contra la ventanilla, preguntándome ¿por qué a mí? E intento contener cualquier cosa parecida a una lágrima, al chofer se le ocurre subir la radio y suena Memphis y la canción la siento como si me golpearan una y otra vez contra el asiento.

Y mientras la primera lágrima recorre mi mejilla, miro a los otros pasajeros, esperando ver alguno que tenga una cámara en la mano y Memphis sólo sea la banda sonora de una película, que es mi vida, y de la cual recién me estoy enterando que está siendo filmada, pero no, o el camarógrafo está muy bien escondido o hay un poder celestial que se está cagando de risa de mí. Me decido por esta última, miro al cielo y lo mando a cagar, no hay lugar para sutilezas en este momento, pienso.

Me bajo del colectivo, llego a la casa de la abuela de mi amigo. Por alguna extraña razón los amigos, principalmente los varones, tenemos la habilidad de que cuando queremos ser cariñosos, podemos ser crueles, y Cristian estaba dispuesto a ambas.

“Vamos a la terraza, ahí están las cervezas, las cartas y el grabador”. Debo reconocer que me esperaba bien equipado para una noche de desahogo, pero el problema era la música: Sabina. 

Ojo, no tengo problemas con el español, me encanta, pero no era el momento y cuando lo dije, la respuesta que recibí fue: “Si vas a llorar, lo vas a hacer acá hoy”, e inmediatamente comenzó a sonar “Y sin embargo”, que a esa altura era como que me pegaran Rocky, Terminator y un ejército de monos especialmente entrenados para matar. Y esa sería la primera de muchas veces que escucharía la misma canción esa noche.

Hoy me encontré en la misma situación, volví a escuchar la canción de Memphis. Fue raro, otra vez estaba destrozado, pero por otra persona, era casi la misma fecha pero otro año y tuve ese dejà vu de haber vivido este momento. Ya no estaba en un colectivo, estaba en un café y éramos la chica que atendía y yo los únicos que estábamos en el lugar. Terminé con lo que estaba haciendo, no sin antes insultar para mis adentros contra aquel ser misterioso que otra vez se reía de mí y me dirigí a la caja a pagar mi consumición. Debo haber tenido una mirada muy triste, porque la chica, muy linda debo reconocer, me sonrió y me deseó suerte, como si realmente me conociera o como si supiera que a la salida iba a ser atropellado o algo así.

Salí del lugar, tenía cosas que hacer y después me juntaba con una amiga, Florencia, y algunos amigos de ella a tomar algo. Sin ganas de hacerlo, pero con ella obligándome a salir, terminé de hacer mis obligaciones y me fui a su encuentro.

Estaban en un bar, eran seis o siete alrededor de dos mesas. Mi amiga en uno de los extremos. Maldije haber llegado tarde, porque eso significaba que la distribución de los lugares ya estaba hecha y que yo no iba a estar con mi amiga. En otras palabras, triste, sin ganas de estar ahí y encima me iba a tocar al lado de gente que no conocía.

“Dani séntate, ahí hay un lugar”, me señaló Flor. A mi derecha, un flaco, Eduardo; a mi izquierda, Romina. Debo admitir que no escuché bien su nombre, porque durante un rato temí mencionarla por miedo a equivocarme y es que fue algo muy raro, porque no era la primera vez que la veía. Su sonrisa la había visto hacía unas horas. Era la chica del café.

Lo más raro fue que ya no me importó no conocer a nadie más que a Florencia, porque no pude dejar de hablar con Romina hasta que mi amiga no tuvo mejor idea que decir en voz alta: “Ché, ustedes, ¿quieren interactuar con el resto de la mesa?”. A todos le dio risa la ocurrencia, yo la quería matar porque me dio vergüenza y creo que a Romina también, porque sonrió tímidamente y bajó la cabeza y debo admitir que ese movimiento, esa mueca tímida, me encantó. Y es que para ser honestos, llevábamos dos horas ahí y yo sólo había hablado con Romina y viceversa y el resto del mundo casi no existía para mí.

Cuando vi que la noche iba llegando a su fin, no tuve mejor idea que invitar a todos a un asado el fin de semana, con el único objetivo de comprometer la presencia de Romina. Flor, rápida de reflejos, se dio cuenta de esto y colaboró empecinadamente en que se cumpliera esa condición. Romina aceptó y como el viernes trabaja, me dio su número y yo le di el mío, para indicarle como llegar.

Acabo de llegar a mi casa, enciendo la computadora y estaba Cristian conectado. Me pregunta cómo estoy, otro que está preocupado por mí, pensé y sonreí al notar eso y le dije, “bien hermano, ¿sabés qué? Juntémonos el sábado en la terraza, llevá cartas, cerveza y el grabador con Sabina, algo me dice que esta vez viene de celebración la juntada y no de lágrimas”. Y volví a sonreír como hacía mucho no lo hacía, mientras me negaba a tirarle detalles hasta el sábado.


jueves, 28 de marzo de 2013

Un plan criminal a nivel celestial


Francisco estaba demorado, bah demorado era ser bueno. Hacía dos horas que lo esperábamos en la casa de Ignacio para el asado y el truco posterior, y cuando llegó, lo hizo acelerado, preocupado, atropellando las piernas largas de alguien que mide 1,90, casi cómo si hubiera visto un fantasma.

“Lo logré chicos, tras años de intentarlo, lo logré”, explicó Francisco, sin que ninguno de nosotros pudiera entender de qué se trataba.

“¿Qué lograste? ¿Por fin la pusiste?”, saltó Javier, con el humor sutil que lo caracterizaba.

“No, boludo, mañana expongo por fin mi teoría sobre Dios, sobre quién es realmente, me llamaron de la Universidad más temprano, por eso mi demora”, dijo Francisco, sumiéndonos en un papel de más confusión.

“¿Pará, estás hablando de esa idea que tenías cuando íbamos al secundario?, ¿de que Dios es mujer, y que después era una persona de color y que luego resultaba ser un indígena?”, recordó Marcelo, quien no hablaba nunca, pero que poseía una memoria de elefante, comparado a nosotros que teníamos un cerebro de hormiga.

“No, eso ya pasó, aparte estamos en una época en que está mal visto etiquetar a alguien bajo una raza, imagínate si lo hago con Dios, va a venir el Papa cuervo a darme hostiazos. No, yo hablo de quién es Dios, más allá de su físico, de qué está hecho, qué lo mueve a hacer ciertas cosas”, señaló Francisco con aire triunfante y agregó, “por eso, tampoco mencionaré ni me he abocado a investigar si Dios es realmente argentino o no, aunque tengo otras ideas”.

“¿Bueno y de qué se trata entonces tu teoría?”, atiné a preguntar, en lo que fueron las únicas palabras que pude decir en toda la noche.

“Es simple. Dios ha existido siempre”, comenzó Francisco, “y sus gustos, por más que sea Dios, son bastante humanos. Recuerden los dioses griegos, ¿acaso no bajaban a tener sexo con mortales y con ovejas? Bueno, es un ejemplo de que son dioses, pero no boludos aunque sí medio enfermos algunos”, explicó, esbozando una sonrisa.

“Yo a través de mi investigación, voy a demostrar que los dinosaurios eran mascotas de Dios, que el famoso meteorito es una mentira, que se murieron todos por dejadez de él y algo más importante, demostraré cómo Dios hace para elegir quien se debe morir y quien no, y será algo revolucionario, porque a partir de eso, podremos saber el verdadero plan de Dios”, manifestó Francisco, bajando un poco la voz, como procurando de que no lo escucharan.

“Les cuento, Dios siempre ha tenido sus gustos, algunos dirían caprichosos, otros celestiales. Por ejemplo, ¿ustedes se creen que la arquitectura gótica surgió porque a todo un grupo de tipos se les ocurrió hacer lo mismo?, ¿o la música clásica? No, fue porque a Dios le gustaba algo y mandaba a que se hiciera lo que a él le gustaba. Así le salían algunas cosas mal también, porque sino no se puede concebir ni el béisbol ni la cumbia, lo que pasa es que el de abajo también juega en esto de los gustos y placeres”, afirmó.

“Pero lo importante es lo que ha pasado en los últimos tiempos. A Dios ya no le interesa beneficiar al mundo entero, sino que va por partes. Por eso los ingleses tuvieron a Los Rolling y a Los Beatles al mismo tiempo, hasta que Lennon dijo que eran más grandes que Jesús y el hijo del barbudo se calentó y chau ingleses”.
“Ahí Dios también se cansó de las potencias mundiales y miren ustedes, vino y se instaló en América del Sur, en Argentina más precisamente, de ahí viene eso de que atiende en Buenos Aires. Apareció Charly, Cerati, Spinetta, Pappo. Argentina no era desconocido para él, de hecho, sus ángeles haciendo travesuras, habían dado a Borges, Cortázar, Mujica Lainez, Arlt, Rodolfo Walsh, y por eso eligió Argentina, como su nuevo centro de operaciones. ¿Saben por qué se enojó? Por Maradona. Lo creó, lo hizo a su semejanza, pero el Diego amenazó con repetir lo de Lennon y transformarse en algo parecido a Dios y ahí el Barba se mandó a mudar y se fue al cielo, por eso Maradona después se fue al carajo, porque ya no tenía la protección de Dios”, explicó, mientras lo mirábamos, entre sorprendidos y preguntándonos qué había fumado antes de venir.

“Pero eso no fue todo. Se fue también porque también ya está viejo. O sea, el chabón tiene ya como 200 millones de años, tampoco puede andar viajando y como ya no puede darse los gustos de viajar y ver lo que le gusta, ¿saben lo que hace? Hace que los demás viajen y ahí está el problema, porque lo último que conoció fue Argentina, o ¿ustedes no se dan cuenta?”, dijo, ya entonado.

“Apenas se fue,  murieron Miguel Abuelo, Luca Prodan y Federico Moura, los tres venían de sus mejores momentos en el rock nacional. Hace menos tiempo se llevó a Spinetta y a Pappo. En los 90 ya comienza a mirar escritores, Cortázar había sido su primera vez una década antes. Se lo lleva a Soriano, recuerden que Dios, con Maradona se hizo fana del fútbol. Se lo lleva a Soriano para que escriba del tema allá arriba. Por si fuera poco, luego a Fontanarrosa, ¿y ahora que hace?, a través del Negro, que también dibujaba, le entra a agarrar el gusto al tema y entonces  mata a Caloi y a García Ferré. Esto no es casual, es un plan criminal de índole celestial y yo lo voy a denunciar mañana ante la Universidad. Van a ver el quilombo que se va  a armar, ni el Espíritu Santo se va a salvar”, prometió Francisco y a los diez minutos se despidió, aduciendo que debía  preparar unas notas y dejándonos sin el sexto jugador para el truco.

Durante dos días no volvimos a saber de Francisco, por lo que fuimos con los muchachos a su casa. Allí, el amigo que vivía con él nos dijo que no había aparecido desde que había ido a vernos y que a la Universidad nunca había ido a dar su conferencia.

Confundidos, nos sentamos en un bar a tomar una cerveza en una mesa, donde por esas casualidades del mundo, había un diario estilo Crónica. Estaba abierto en una página donde decían que habían encontrado en una pared la figura de un cuerpo, pero no el cuerpo. Que la silueta quemada sobre el muro medía alrededor de 1,90 y que una vecina decía que hacía dos noches había visto como dos personas vestidas con sobretodo, y con barba abundante, atacaban a un hombre, lo arrinconaban contra la pared y luego desaparecían con él, dejando la silueta, casi por arte de magia. La testigo había sido rechazada por locura severa.

Pero en el último párrafo decía que se había encontrado un maletín con fotos de Maradona, Spinetta, de
Super Hijitus, un libro de Fontanarrosa, uno de Soriano y uno de Quino, con la leyenda “el siguiente” en la tapa, aunque la policía descartaba que el contenido fuera del dueño de la extraña silueta. Nos miramos extrañados, pero ninguno abrió la boca, hasta que Ignacio recordó el partido que teníamos el sábado siguiente contra los de su oficina. De Francisco nunca más volvimos a saber nada.

martes, 26 de marzo de 2013

Confesiones de un día de lluvia

“¿Qué pasa que tenés esa cara”, le tiró Alejandro a Andrés, mientras se sentaba en el escalón junto al resto de los muchachos.

Alejandro, como siempre, había llegado tarde a la historia del día y esta, a diferencia de otras tardes, era triste, al menos para Andrés, que se acababa de separar de la novia.

Cuando Andrés comenzó a contar la historia, otra vez, para el recién llegado, el resto de los muchachos ya teníamos cara de depresión solidaria. O sea, cara de boludos tristes, como si a todos nos hubiese pasado lo mismo.

Resulta que Andrés y la novia venían hace rato a las patadas, pero la mina, Juliana, un día, hace semanas, se cansó, agarró los bolsos y se fue, no sé si a la casa de los viejos, de otro tipo o del país. la verdad que a ninguno nos importaba demasiado su destino, sino verlo a Andrés tirado por el piso desde ese momento y el cómo levantarlo lo más rápido posible.

“La extraño”, dijo Andrés y todos reaccionamos. Era como que pusiera el cartel de “Fin” a su historia, tal como aparece en las películas.

“El problema es que lo estás haciendo mal”, afirmó Alejandro, muy seguro de sus palabras. Ahí todos supimos que venía el dictado de una cátedra a su estilo. No por nada siempre había sido el que tenía más éxito con las mujeres y por eso lo respetábamos, en el resto de las cosas solía ser un boludo atómico.

“Cuando uno se pelea con una mina, uno pasa por distintas fases”, comenzó a explicar. “Por ejemplo, yo me peleé con Agustina hace más de un año, pero hace mucho dejé de pensar en ella, primero te duele, luego te da bronca, luego te da nostalgia y te vuelve a doler y luego la olvidás totalmente, pero eso se debe hacer rápido, como yo lo hice”, dijo Agustín.

“Vos, viejo”, hablándole siempre a Andrés, “la extrañás porque estás en la etapa nostálgica, en la que te sentís solo, y sí, la amabas, pero vaya a saber que está haciendo ella ahora, mientras vos estás acá llorando. Perdón que sea duro, pero mientras vos andás llorando por ella, ella ya te olvidó y debe estar con otro flaco ahora cagándose de la risa, te tenés que dejar de joder. Te tenés que tranquilizar viejo. Es hora de que dejes de llorar, ¿cuánto tiempo más la vas a esperar?”.

Y sí, Alejandro había sido duro, pero era el único que se animó a decir algo que en el fondo todos pensábamos: Andrés cargaba con esa mochila cuando quizá la mina ya ni se acordaba de quien era él, a pesar de que no hacían ni dos meses que se habían separado.

“Mirá viejo, lo primero que tenés que hacer es comenzar a salir con otras minas. De hecho, tengo una compañera de laburo, vos la conocés, estuvo en mi cumpleaños, la colorada ¿te acordás? Bueno, a esa le gustabas, si no te sacó la mirada en todo mi cumpleaños, si querés le paso tu teléfono”.

“No sé, no estoy seguro, la verdad es que no quiero estar con otra mina”, explicó Andrés, casi tímidamente.

“Dale boludo, yo se lo paso y vos te fijás que hacés, pero ojo con quedar como un trolo, porque la colo está buena”, explicó Alejandro, y la verdad es que no mentía, porque en su cumpleaños, tres de nosotros le apuntaron a la mina y a todos los rebotó, con una altura que parecía humillante y que ninguno quería confesar y menos recordar.

“En serio Andrés, vos me conocés, yo de Agustina, a pesar de todas las cagadas que me mandé, estaba recontra enamorado y la única forma de sacármela de la cabeza que tuve fue saliendo con otras minas, saliendo a bailar y a tomar todos los fines de semana. Te propongo algo, este sábado vamos al boliche y le decimos a la Colo que lleve una amiga, nos encontramos todos ahí cuando yo salga de trabajar, porque salgo tarde esa noche, pero lo hacemos, ¿te parece?”, explicó Alejandro, quien ahí nomás agregó, “y antes de que vayas, sacá la foto de tu ex de la billetera, que estoy seguro que la llevás como un boludo para llorar cada vez que la ves y siempre las minas miran la billetera”. Para nuestra sorpresa era cierto y fue el mismo Alejandro el que le arrebató la billetera a Andrés, sacó la foto y la rompió delante de nuestros ojos y de los del afectado, que no sabía si llorar o cagar a trompadas al destructor de su recuerdo.

Finalmente Andrés, ya vencido, aceptó la idea del boliche y luego nos fuimos todos al bar a ver el partido y a ahogar alguna pena, las de nuestro amigo y las propias, porque uno siempre tiene algo para ahogar. Además ya no daba para quedarse sentado en los escalones porque había comenzado a llover y los ahogados íbamos a ser nosotros si no nos íbamos.

El lunes paso por la casa de Andrés para ver cómo estaba y me dijo que bien, que el sábado había estado con la Colorada, Natalia se llamaba, y que se había divertido pero que prefería seguir solo un tiempo.

“¿Y Alejandro? ¿qué onda con la amiga de la mina? ¿estaba buena?”, le pregunté, y lo que vino después no me lo esperaba para nada.

“No me hablés de ese, es un pelotudo, nunca cayó y eso que la amiga de Natalia era hermosa. No me responde el teléfono, ni nada. La Colorada me dijo que es la quinta vez que Alejandro le deja plantada a la amiga, que hace meses no pisa el boliche. Es un boludo, me hizo ir y nunca cayó. Seguro se encamó con otra mina y ahora no le da la cara para disculparse por romperme tanto los huevos para ir”, me tiró Andrés, con un tono algo levantado, por lo que preferí esquivar el tema, hablar de fútbol e irme, aprovechando como excusa que había empezado a llover otra vez.

Lo raro fue cuando pasé por la plazoleta cerca de casa. Allí, en la parada del colectivo estaba Alejandro, solo, con la cabeza gacha, las manos casi juntas, en una mezcla de rezo y contemplación. Tanta que no me escuchó llegar hasta él.

Cuando vi lo que observaba, me sorprendí y me quedé callado, por respeto y por incredulidad. Segundos después lo saludé, y él muy nervioso, dejó lo que estaba haciendo y metió sus manos en los bolsillos de la campera.

“Hola Germán, ¿qué hacés?”, me dijo y se dio cuenta inmediatamente que yo sabía la verdad. “¿Por qué hiciste lo que hiciste con Andrés?”, le pregunté, seco, casi ofendido. Me miró, bajó la vista, me volvió a mirar y lo vi frágil, lo vi como una persona normal y no el mismo boludo de siempre. “Porque Andrés siempre me trató bien, Germán, siempre se portó conmigo y no quiero que sufra igual que yo”, respondió, dejándome mudo ante ese rasgo de humanidad que me mostraba.

Me senté a su lado, y él me miró, tenía marcas de agua en el rostro y no eran de lluvia. Luego metió su mano
en el bolsillo y me mostró lo que yo ya había visto. Era una foto chiquita, de esas estilo carnet, de Agustina. Me la pasó. La rechacé con un gesto casi indetectable de cabeza y me sonrió tristemente, mientras la volvía a guardar y una nueva lágrima recorría su mejilla. Se me había ido el enojo por habernos engañado a todos y no supe hacer otra cosa más que abrazarlo y decirle, “tranquilo viejo. Es hora de que dejeé de llorar, ¿cuánto tiempo más la vas a esperar?”.


viernes, 22 de marzo de 2013

Las vueltas de la vida


Hay cosas que son imposibles de explicar, o al menos difíciles. A Carolina la conocí en la primaria, fuimos amigos, de los mejores pero al llegar al secundario, nos dejamos de ver.

Sin embargo, cuando fui a empezar el último año, la volví a ver, estaba sentada en el primer banco, como siempre lo hacía, o al menos como yo la recordaba. Me vio y me abrazó, pero ya no teníamos doce años. Y no puedo negar que me ruboricé al sentir su contacto.

De inmediato volvimos a ser amigos, a hacernos chistes, a reírnos juntos y comenzaron las gastadas, y estas tenían algo de verdad, porque a las semanas nos encontramos saliendo juntos, de novios y todo lo que eso implica, pero tal cual adolescentes, un día nos peleamos y al poco tiempo ella estaba en brazos de un flaco de otro curso, con un claro odio hacia mí (de parte de ella) y yo, sumido en una especie de dolor y amor.

Terminamos el secundario y todo siguió igual. Yo empecé la facultad y la perdí de vista. Fui a un par de reuniones de compañeros, pero dejé de ir, cuando me di cuenta que el odio no se había modificado en nada y para evitar que mis amigos se sintieran mal, preferí dejar de asistir a esos ataques de parte de ella, algunos merecidos, otros no.

No obstante, fui a la última. Era en casa de Marisa, quien me aseguró que Caro estaba planeando su boda y que por eso no iba a poder asistir. Eso estaba bueno, porque hace unos días me había peleado con mi novia de hace tres años y estaba en ese momento en que no podía soportar ningún tipo de ataque.

Todo iba bien. Las anécdotas del secundario, esas que con treinta años te considerás un hijo de puta por haber dejado a alguien colgado del tinglado, o porque te pusiste a jugar al fútbol con un borrador y el partido se terminó luego de que uno impactara la improvisada pelota contra un vidrio y todos abrieran los ojos recordando que estabas jugando en un primer piso y corrieran hacia la ventana rogando no encontrar a nadie con un pedazo de vidrio incrustado en la cabeza.

Y de repente la puerta se abrió y una voz saludó a la anfitriona. Casi al mismo tiempo un escalofrío me hizo sacudirme en la silla. Era ella. Finalmente vino. Me vio, sonrió a todos y monopolizó la reunión contando detalles de su próxima boda, de su futura luna de miel y de lo maravillosa que era su pareja, para terminar su relato preguntando y mirándome a los ojos: “¿Y vos Alejandro, te estás por casar también, no?.

El ataque no podía ser más certero. Justamente me iba a casar en unos meses, pero la separación suspendió todo. Indudablemente Carolina sabía de todas esas circunstancias porque su sonrisa solo vislumbraba una victoria aplastante y tan sólo le habían bastado nueve palabras. Era para aplaudirla, por lo que lo único que pude contestar fue un: “Sí, pero ya no, se suspendió”.

Cómo si necesitara un gol más para coronarse campeona, ahí nomás volvió a agarrar el balón y con su mejor cara de ingenua preguntó: "¿Pero qué, te peleaste?, si era re buena tu novia". Lo curioso, es que ese golpe dolió pero la dejó mal parada frente a los demás, que recordaban como ella había defenestrado a mi ex cuando apenas la conoció. En mi caso, aproveché el momento para levantarme e irme a lavar la cara y para no mostrar que el último ataque me había dejado en la lona.

Debo haber demorado unos diez minutos, ordenando mis pensamientos, pensando en sus ataques, en por qué siempre me dolían, cuando decidí salir y casi me la choqué al abrir la puerta.

“Discúlpame por lo que te dije antes, ¿te sentís bien?”, preguntó y por un segundo volvió a ser la misma persona que yo había conocido. “Sí, pero te puedo preguntar algo, ¿por qué me odias tanto? Pasó mucho tiempo ya, ambos hemos cambiado, vos incluso te estás por casar, te va bien en el resto de tu vida, por lo que tengo entendido, ¿por qué entonces el ensañamiento?”.

Y ahí vino la sorpresa, la respuesta menos esperada, la que me iba a dejar mudo y paralizado. “Por qué aún pienso en vos, Ale, por eso”. Y se dio vuelta, y antes de que atinara yo a hacer algo, ella ya había agarrado su cartera, salido del departamento y se había alejado al menos diez cuadras a bordo de su auto.

Hoy recordaba todo eso, mientras fumaba un cigarrillo en la galería de mi casa. El sentimiento de que esa era la última vez que vería a Carolina, admitiendo una derrota en un juego al que solo ella había jugado. Rememoré su rostro y sus lágrimas mientas se daba vuelta y se iba y luego sentí la bocina del auto, eran mi mujer y mis dos hijos. Ahora tengo un nene de 2 años y una nena de 4. Ambos por suerte salieron a la madre, son muy parecidos a Carolina.

martes, 19 de marzo de 2013

La mentira


“Me quisieron matar y me dejaron vivo, en eso se resume mi historia”, le dijo Ramiro al detective.

Desde hace dos semanas se encontraba internado en el hospital. Había recibido tres disparos. El último a quemarropa, a la altura del corazón, cuando no se movió más, lo dieron por muerto. De hecho lo estuvo, pero apareció alguien, nunca se supo quién y lo salvó cuando ya tenía un pie del otro lado.

Ahora Ramiro contaba su historia. No era que la policía se interesara mucho por él, menos en este momento en que estaba caído en desgracia, pero alguna vez fue importante y algunos amigos no lo olvidaban, por lo que habían pedido que se resolviera el intento de homicidio, o el homicidio, porque para muchos, incluso para sus atacantes, Ramiro había muerto esa noche y había sido enterrado en una ceremonia con pocos asistentes y muchas menos lágrimas.

“¿Cuál es la historia?”, lanzó el detective. Se le notaba que no quería ese caso. Lo habían llamado hacía dos semanas, a los minutos de lo ocurrido y había esperado mucho para hablar con la víctima, mientras sus superiores le pedían celeridad pero también silencio.

“Hice enojar a alguna gente, no me lo esperaba, no me esperaba nada de lo que ocurrió, y ellos se vengaron, me quisieron destruir, me quisieron matar”, lanzó Ramiro, e inmediatamente calló, casi asustado, pero más por precaución.

“¿Fueron ellos los que le dispararon, puede identificarlos?”. Ramiro lo miró, como si no entendiera tan simple pregunta. Luego le dijo que no, que no recordaba quienes habían disparado, que no podía relacionarlos, que tal vez fue sólo un asalto y pidió quedarse solo.

El detective, totalmente ofuscado, se levantó de la silla, dio las gracias y se fue. Podía cerrar el caso, a pesar de sus dudas, por lo que decidió dejar sus pensamientos de lado e irse.

Mientras se alejaba Ramiro lo observaba,  pensativo. Había mentido, pero ¿por qué? Recordaba perfectamente lo que había ocurrido esa noche. No había sido un asalto, lo habían llevado hasta ese lugar. Era una perfecta emboscada. Lo habían entregado.

Recordó el primer disparo y como, en lugar de huir, intentó enfrentarlos. Escuchó el segundo y se dio cuenta que le habían dado cuando sintió un ardor cerca del hombro derecho. Supo cuando cayó que sus piernas dejaban de responderle. Vio como las botas se acercaban, le decían algo, no sabe qué cosa. El arma brillaba en sus manos. Primero un ruido, luego un golpe en el pecho que lo tiró para atrás. Era el tercer disparo.

Escuchó risas y algún que otro insulto. Reconoció cada una de las voces. Sabía quiénes lo estaban ultimando y se rindió, cerró los ojos y esperó que lo remataran, sin embargo se fueron. Para ellos ya estaba muerto y el creyó también estarlo, hasta que despertó dos semanas después en un hospital y se encontró con la cara de un viejo policía que le preguntaba cosas de mala gana, mientras él le mentía.

¿Pero por qué le mentía? No lo sabía, pero en su cabeza volvió a escuchar las mismas voces, las mismas risas, sintió el tercer golpe en su pecho y con una mano se palpó para observar que esta vez no había sangre. Levantó la mirada, en sus ojos apareció un brillo pocas veces visto en los últimos años y su mente comenzó a asociar cada voz con un nombre de su pasado. A medida que lo hacía su sonrisa se ensanchaba aún más en una mueca que escondía mucho más de lo que decía. Tenía revancha y se sintió más vivo que nunca.

jueves, 14 de marzo de 2013

Una leyenda en el bar


“Boludo, fue así, te lo juro”. No fue el maracanazo, pero casi.

Ricardo no se cansaba nunca de esa historia sobre un partido de fútbol de mucho antes de que naciéramos. Nombraba jugadores que no conocíamos y un torneo jugado por tres equipos,, entre ellos River y Boca, que sonaba tan poco creíble que solo podíamos imaginarlo en un cuento de Fontanarrosa o en el realismo mágico de García Marquéz.

“En serio pelotudos, les juro que fue así, jugaban los dos más grandes de Argentina y una selección, no recuerdo cuál era”, insistía una y otra vez Ricardo, mirándonos a los ojos, uno por uno, suplicando un auxilio que nunca llegaba, mientras el negro comenzaba a dibujar esa sonrisa maliciosa que anticipaba problemas.

“A ver, vos me vas a decir que una selección europea, porque siempre decís que es de allá pero nunca te acordás cuál es. ¿Vos decía que una selección de ese poderío jugó un torneo contra Boca y River, y no sólo que no lo ganó sino que lo perdió de esa manera? Ricardo, te quiero, pero te faltan jugadores, estás loco”, le tiró el Negro, ante la mirada cómplice de Dardo, que a esa altura no paraba de reírse, situación que se repetía cada vez que el debate aparecía en la mesa del bar.

“El Negro tiene razón, eso nunca pudo haber ocurrido”, le tiró Gerardo, mientras masticaba un palillo entre los dientes.

“Les juro que sí. Estos tipos le habían ganado a Boca y a River se lo iban ganando 4 a 2. La gente se iba yendo, ya tenían la copa lista…”, alcanzó a responder Ricardo, antes de ser interrumpido.

“A ver viejo, vos sabes que yo te quiero, que sos como mi hermano, pero en serio ¿de dónde sacaste esa historia? Ya la sabemos de memoria, ahora ibas a decir que faltando siete minutos, vino un tipo, del que tampoco te acordás nunca el nombre, hizo uno, luego lo empataron y el mismo tiempo clavó otro… y todo a una elección europea, que según vos estaba clasificada al mundial... en serio, basta”, le dije, con todo el dolor del mundo de quien tiene que ser cruel con alguien que quiere para que vea la verdad.

“Sí es cierto que es casi increíble pero es así, se los juro. Mi viejo siempre me lo contaba”, dejó escapar Ricardo, abatido, por las críticas y descreimiento y sin dejarme de hacerme sentir mal, por haber sido yo el último en rechazar su historia.

“Lo que pasa flaco es que no creíble”, tiró Dardo, con aire de intelectual, mientras abría una cerveza con el encendedor. “¿Por qué nadie se acuerda de lo que vos contás, por qué sólo vos y tu viejo se saben eso? Es simple. Nunca pasó. No es como el gol de Maradona a los ingleses o la palomita de Aldo Poy. Tu viejo se lo inventó y es una linda historia, pero nunca pasó en realidad”, le arrojó sin piedad, con esa severidad que pocas veces le veíamos, mientras era aprobado por los demás.

Sin embargo, cuando todos creíamos que el debate se terminaba Ricardo sacó una nueva carta. O un maletín de bajo de la mesa, de esos que usan los maestros. Dos segundos después la mesa se llenaba de recortes de diarios, captando la atención de todos nosotros, e incluso de personas de otras mesas que habían estado siguiendo el debate sin que nos diéramos cuenta.

En ellos se hablaba de un River que había ganado todo, hasta una Intercontinental, que Ricardo nos explicó que era como ganar el mundial de clubes…

“Bueno sí, ese equipo ganó todo, pero esos recortes no dicen nada de ese campeonato. Insisto. Eso no existió”, repitió Dardo, mientras Juan agregaba un lapidario: “déjate de joder, se trata de un cuento de hadas inventado por tu viejo”.

Ricardo nos miró a todos. Bajó la cabeza y por un instante creí ver el brillo de una lágrima en sus ojos. Guardó todos los papeles en el maletín y se tumbó, derrotado en la silla, a escuchar como sus amigos dejaban la discusión y se disponían a hablar del desafío que tenían el sábado contra el equipo del trabajo del Negro.

Con la estrategia de juego ya consumada y el paso de las horas y las cervezas, las mesas se fueron vaciando y la nuestra también, hasta que solo quedamos Ricardo y yo.

“Viejo, ya es tarde, ¿vos no te vas?”, le pregunté y recibí un no por respuesta. No me extrañó. Su derrota en la discusión provocaba que quisiera estar solo. Saqué plata de la billetera, la dejé sobre la mesa y me fui. Ya no había nada que hacer.

Cinco minutos después, Ricardo hizo lo mismo, pero antes de salir fue al baño. Cuando volvió observó algo extraño en la mesa. La plata ya se la había llevado el mozo, pero debajo de un vaso había una hoja doblada.
Pensó que era uno de sus recortes, pero cuando se acercó se dio cuenta que no era de los suyos. Lo levantó y lo abrió. Era una hoja de revista que ya tenía el color amarillo que dan los años.

Estaba llena de fotos y un pequeño texto al costado. Eran imágenes de un partido de River contra otro de camisetas rojas. La última imagen era de un jugador haciendo una chilena. Una camiseta blanca elevada, dándole la espalda al suelo, entre dos camisetas rojas. Una pierna abajo, como dando equilibrio al vuelo, la otra bien extendida hacia arriba y un fútbol que se despedía del pie y se alejaba unos veinte centímetros.

Ricardo rápido, nervioso, miró para todos lados y en la puerta lo vio. Era un hombre ya entrado en años, anciano, alto, flaco, de ojos grandes. Le sonrió y se fue.

Ricardo volvió a mirar la foto, casi incrédulo, sonrió y se tumbó en la silla nuevamente, pero ya no derrotado, sino con la sonrisa de quien espera el sábado para ganar el partido de su vida.

Pd: En el verano de 1986, en Mar del Plata, se jugó un torneo de verano entre Boca, River y Polonia. El primer partido Polonia se lo ganó a Boca y el segundo partido River venció a Polonia 5 a 4 tras ir perdiéndolo 4 a 2. A los 83 y a los 90 convirtió el uruguayo Enzo Francescoli. El quinto fue justamente esa chilena. A los 89 había empatado Centurión. Días después River le ganaría a Boca 1 a 0-

PD 2: A los que estuvieron en el desarrollo del cuento y a los que me enseñaron esa doble página siendo chico y a los amigos y desconocidos que puedan leerlo por primera vez, les digo gracias. Si no les gusta, está perfecto y si les gusta, buenísimo. El escribir es una forma de escapar de la realidad y es algo que me gusta.

miércoles, 13 de marzo de 2013

La flecha homicida



Un cuarto de dos por cuatro, poco espacio para moverse, poco lugar para pensar. Eran esas las cosas que más le preocupaban cuando las puertas de su celda se abrieron y por primera vez pudo salir de esa habitación adonde lo habían encerrado por 20 años.

Salió al patio, no conocía a nadie y de hecho tenía miedo de hacerlo. No había tenido una vida para terminar en ese lugar pero las circunstancias lo pusieron allí, o mejor dicho la mala suerte. Mientras contemplaba el patio de tierra y como un picadito de fútbol se había instalado entre los miembros del pabellón de máxima seguridad, una voz lo sacó de sus pensamientos.

- Vos sos nuevo ¿Porqué te trajeron cabeza, qué hiciste?

Miró a su interlocutor y cayó en la realidad, las preguntas ya no empezaban sobre a qué se dedicaba uno, sino qué era lo que había hecho para que cayera en prisión, pero no pudo responder y antes de decir algo se escuchó otra vez que dijo,

-Mató un ángel.

Nadie entendió nada y el hombre, el mismo que aún no cumplía 30 años comprendió que era el momento de hablar y contar su historia, su momento de locura que hizo que lo encerraran.

"20 años" comenzó diciendo mientras recordaba el momento en que le leían la sentencia en una sala atiborrada de periodistas que habían escrito todo lo que se les dio la gana sobre el caso y que hasta cierto punto comprendían al acusado por lo que había hecho.

La Fiscal, una mujer de 40 años soltera, famosa por ser de las más duras del sistema se había mostrado extrañamente más blanda... ella también entendía al acusado y hasta cierto punto pensaba que en poco tiempo ella hubiera cometido el mismo crimen.

Lamentablemente para el acusado, un grupo de empresarios inventores de fechas habían puesto en movimiento toda su maquinaria, era necesario una dura condena para dar una lección.

Desde el momento en que ideó el plan y lo llevó a cabo habían pasado varios años, siempre lo había pospuesto por si pasaba algo que le hiciera ver que estaba equivocado pero eso no había ocurrido.

Cuando lo ideó, lo hizo sin querer, acababa de romper con una chica con la que había estado saliendo y en la cual había puesto muchas esperanzas y entre llanto, dolor y bronca había pensado en encontrar al culpable de todo y matarlo pero con el tiempo el pensamiento se esfumaba y volvía a aparecer ante cada desilusión.

Sin embargo, aquella tarde fatídica algo hizo click en su cabeza. Muchas gente a su alrededor, pleno centro, algunos de la mano, otros se besaban mientras que el resto eran familias disfrutando un buen día de sol. Sonrió para sus adentros y pensó en sus días felices y de repente la recordó, la había conocido sin pensarlo y algo en su risa le había encantado no obstante pasó mucho tiempo hasta que se animó a invitarla a salir y cuando lo hizo se dio cuenta que nunca se había sentido tan cómodo con alguien pero la alegría duró poco, ella ya salía con alguien. Cuando sus recuerdos terminaron, lo vio corriendo, doblando una esquina.

Era el momento justo, la impotencia de los recuerdos y él allí presente, no podía ser casualidad, sus destinos se habían cruzado.

Lo persiguió durante varias cuadras, la gente lo miraba y no reaccionaba a la persecución, incluso un policía le preguntó que le pasaba y sin frenar lo mandó al carajo dejando al uniformado mudo por la respuesta.

Cuando llegaron a un callejón se encontraron, la víctima lo miraba desesperado pero al mismo tiempo sonriendo, ya sabía lo que le iba a pasar y de hecho no era la primera vez que era perseguido con esa intención.

Se acercaron uno al otro pero la víctima no reaccionó, o no quiso hacerlo, cuando él se le abalanzó y lo agarró del cuello, tirándolo al piso.

Forcejearon y en el medio de la trifulca él alcanzó a divisar a su costado un palo con una punta de acero y sin pensarlo dos veces, la tomó y la clavó en el corazón de su víctima.Añadir imagen

A los pocos minutos llegó la policía con cientos de curiosos, él estaba mirando el cuerpo de su contrincante que yacía muerto en el callejón, después no recordaba nada más de lo ocurrido, salvo escuchar a un juez que lo condenaba a veinte años de prisión.

Se quedó callado mientras los presos digerían la historia hasta que uno de ellos preguntó si se arrepentía de lo que había hecho, y él, mientras sonreía, solo pudo responder:

-No, desde ese momento estoy feliz por primera vez en mucho tiempo.

Y comenzó a caminar, sin dejar la mueca de su boca, mientras volvía a escuchar al juez que decía:

-Se lo halla culpable y se lo condena a 20 años de prisión por asesinar a Cupido con una de sus propias flechas.


PD: Este cuento lo escribí hace varios años, formaba parte de un blog que mantuve en el olvido durante mucho tiempo pero que curiosamente seguía figurando en mi facebook. Lo "desempolvé" porque uno siempre tiene ilusiones y desilusiones, sueños y esperanzas. Alguien a quien quise mucho me recordó que sin sueños e ilusiones no vale la pena vivir. En mi caso, estoy en un intento de crear nuevos sueños e ilusiones. La vida es corta, pero no se termina hasta que el barba hace sonar el silbato. Además porque no he escrito nada en varios días.
Por cierto, lo de matar a Cupido. Culpar a un supuesto ángel o al destino es la cobardía más grande que hay. Todos cometemos errores y a veces se asumen y otras no. Perdonar es divino y rara vez suele ser humano. Pero hay que practicarlo. A veces se pierden cosas de las que uno se arrepiente y a veces uno hace cosas de las que también se arrepiente. Pero uno se equivoca y el otro también. Nadie es perfecto. La vida es una comedia de ilusiones, hay que ir buscando siempre una o más. 

El desafío


Cuando era chico, vivíamos en un barrio de techos bajos y pegados uno al otro. Era un lugar de gente laburadora que con los años se convirtió en algo peligroso. Pero cuando uno tiene doce, trece años, no mide tanto los peligros. En esos lugares hay otras cosas que importan, más que en ningún otro lado: los desafíos de fútbol.

Nosotros éramos los de la manzana F. Eso significaba que, por ley natural, nuestros duelos debían ser con una banda de pibes de nuestra edad que eran de la G o de la H, dependiendo del día y de la cancha. 

Entre los seis y los once años, el estadio era la calle, esa en la que te tirabas y era imposible no terminar con las rodillas raspadas. De grandes nos volvimos más exquisitos e íbamos a jugar al polideportivo, donde Lo principal era tener arcos que evitaban la discusión de si se había ido por arriba del travesaño imaginario. Un travesaño que cambiaba de altura según el tamaño del arquero.

Fue en uno de esos desafíos que pasó. Nuestro equipo estaba formado por Mariano, un petiso bien flaquito, tan flaco que cuando le pegaban una patada siempre le dolía al otro. Lucas, un tipo calentón en la cancha y que siempre peleaba con Mariano. Gastón y Edgardo, nuestros mejores jugadores. Juan, que se defendía y yo.

Del otro lado, estaban ellos, los de la manzana H. Marcelo, un flaco alto con quien siempre hubo pica. El hermano de él, Walter. Y muy bien no recuerdo a los otros, excepto a un colado, le decían caño. Era alto, flaco y su pie derecho disparaba misiles.

Era un partido bravo. De esos que sí se pierden se recuerdan por semanas, meses y tal vez toda la vida. Era uno con historia. Aprovechando que era feriado, lo habíamos armado especialmente, pero claro, no contábamos con que ellos iban a llevar al Caño, invocando una especie de artículo 225 barrial y de que la cancha era de siete y que si nosotros éramos seis era culpa nuestra, pero que ellos serían uno más y ante ese argumento y la posibilidad de quedar como cagones, aceptamos la desventaja.

Fue un error. Los primeros 20 minutos los resistimos reventando la pelota para algún pique milagroso de Mariano, pero ni así. Tras cuatro tiros en los palos, sacar algunas pelotas en la línea y agradecer a todos los santos por la mala puntería de ellos, finalmente el grandote de ellos nos clavó el primero. Se venía el vendaval.

Fue ahí que lo vimos. No era del barrio, nadie lo conocía. Tenía unas zapatillas blancas, mugrientas, de lona. Un pantalón corto como de los viejos futbolistas y una remera azul. Era alto y de cara triste, como si con los 16 años que debía tener, cargara unos 50. Mientras él nos contaba para ver si nos faltaba uno, yo le veía la pinta tratando de descubrir si valía la pena convocarlo. Decidí que sí, estábamos en inferioridad y no habían muchos jugadores para elegir. Lo que sí me sorprendió fue que pidiera atajar.

Ya en la primera que tuvo, tapó un mano a mano a un metro de distancia, sin dar vuelta la cara. “Es un suicida”, pensé.

En la segunda, sacó un bombazo, tapado por todos nosotros, que se metía en el ángulo inferior izquierdo. Pero la mejor fue la tercera. Por sacar rápido se la pasó a Lucas desde el banderín del córner. El boludo se confió y se la sacaron. El arco estaba vacío y el nueve de ellos le pegó. 2 a 0 y las puteadas a Lucas ya eran una fija. Pero no, porque Alejandro, como se llamaba nuestro nuevo amigo, apareció en un vuelo interminable, veloz, y con una mano la sacó al segundo palo. Ninguno supo nunca cómo llegó, solo vimos una sombra volar y la pelota desviarse.

“Si no nos hicieron ese, no nos clavan más”, pensé y así fue. Porque en las únicas dos que tuvimos, Edgardo las clavó. Lo dimos vuelta y luego fue todo un recital de despejes, pelotas en los palos y milagros de nuestro arquero.

Lo ganamos 2 a 1. Las gaseosas apostadas fueron para nosotros. Lo primero que recuerdo, es que fuimos corriendo a decirle a Alejandro que todos los sábados nos juntábamos en la canchita, qué de dónde era, si vivía hacía mucho en el barrio.

Nos dijo que vivió unos años pero que después se mudó. Qué estaba de visita y se había acercado a la cancha porque siempre iba a jugar ahí y extrañaba el lugar. Qué no sabía cuándo iba a volver pero que cualquier cosa nos buscaba en el mismo lugar. Me dio la mano, un abrazo de esos que solo quienes reconocen al otro como amigo saben dar y se fue, alegando que lo estaban esperando. nos despidió con una sonrisa, la primera y única que le vi desde que había llegado.

Años después comenzó el exilio. Gastón y Edgardo dejaron embarazadas a sus respectivas novias y se terminaron los sábados de fútbol para ellos. Con el tiempo yo comencé la facultad y dejé de pasar tiempo en el barrio, hasta que finalmente me mudé. A esa altura, solo Lucas y Mariano quedaban en el vecindario, pero ya no se juntaban como antes. De Alejandro nunca más supe nada. O miento, lo vi al año siguiente de ese partido, un día que acompañaba a mi viejo a comprar leña para el asado. Vestía igual que un año antes y no había cambiado nada. Se dirigía a la cancha y me saludó a lo lejos. Lamenté no poder ir a jugar ese día.

Con los años me terminé de alejar del barrio, de los amigos de la infancia, me puse de novio, me rompieron el corazón, conseguí trabajo, lo cambié varias veces y todas esas cosas que ocurren cuando uno va creciendo. Nunca más pensé en esos partidos de los sábados, hasta hoy.

Boludeando en el centro con algunos amigos, aprovechando que por ser feriado no trabajábamos, nos fuimos a tomar una cerveza y comenzamos a escuchar algunos bombos, cánticos y una columna de gente que gritaba con todas sus fuerzas, como si estuvieran en una cancha pero era diferente...

Había personas grandes, otros de mi edad, y otros más chicos. Llevaban banderas y carteles. No sé por qué comencé a leer lo que decía cada trapo. No sé tampoco porqué desvié mi atención hacia los carteles y de repente no pude hablar. Mis ojos se llenaron de lágrimas. No me podía mover. No entendía nada y mis amigos que me veían, menos. Me puse blanco. No comprendía. No podía dejar de verlo.

Ahí, en uno de esos carteles, estaba él. Era Alejandro. No podía olvidar esa sonrisa. Era él. Al lado, una foto suya con una pelota de fútbol en las manos. Mismo pantalón, misma remera, mismas zapatillas. Pero no podía ser él., era imposible. Debajo de la foto decía su nombre y aparecía la leyenda “desaparecido el 3 de agosto de 1977”. No entendía. Si desapareció, ¿quién era el que jugó con nosotros aquella tarde del 2000?.

En medio de mi asombro, alguien me sonrió y me levantó la mano, como había hecho un año después del partido. Cerré los ojos y los volví a abrir, ya no estaba, pero indudablemente era él.

Casi doce años después del partido entendí de dónde había salido, el motivo de su cara triste cuando lo conocí, por que nunca lo habíamos visto en el barrio y porqué lo vi aquel día y solamente una vez más, el año siguiente.

Pagué mi parte de las cervezas y me acerqué a la señora que llevaba el cartel con su foto, se lo pedí. La mujer me miró desconcertada y me lo entregó con una sonrisa, la misma que yo había visto minutos antes, la misma que había visto años atrás y no pude evitar llorar otra vez, indudablemente era su madre. Pensé en el partido, en su vuelo rasante y miré hacia arriba, hacia la foto y le devolví la sonrisa. Era lo que menos merecía ese flaco, quien se convirtió en amigo de la forma más simple que tenemos los varones en la niñez y adolescencia: jugando al fútbol.

Era 24 de marzo otra vez.

"Los amigos del barrio pueden desaparecer, los cantores de radio pueden desaparecer, los que están en los diarios pueden desaparecer, la persona que amas puede desaparecer". 


Pd: Perdón a los que lean este historia por la extensión. Hace unos años escribí uno similar que se perdió en alguna computadora formateada. No sé si es bueno o malo, es lo que es y eso basta.

Me van a tener que disculpar (y no hablo de Maradona)


No quiero imitar a Eduardo Sacheri (mi pluma está muy lejos de la suya), pero le voy a tomar prestado el título que el usó para hablar de Maradona y en mi caso será por Charly García.

Anoche tuve oportunidad de verlo en el Frank Romero Day. Y sí, lo vi perdido en el escenario, viejo, con dificultades para caminar, y siendo que no es la primera vez que iba a un recital de él, también vi que ya no es lo que era, pero ¿saben qué? Sigue siendo Charly.

Y sí, Demoliendo Hoteles casi ni la cantó. Y eso me dolió. Pero no lo puedo culpar. ¿Cómo explicar lo que fue para mí que cantara Eitileda? Y sí, se la dedicó a Cristina pero ni eso me importa. Porque considero un estúpido  a aquel que es capaz de irse de un recital o negar lo hermosa que es una canción, sólo por la idea política del cantante, más allá de que Charly haya sabido ser menemista también.

¿Acaso los ídolos no son humanos, acaso los músicos no lo son? ¿Si uno puede cometer errores, ellos no? Si usted, radical, creyó en Alfonsín, ¿acaso es digno de ser vapuleado? Tan sólo le recuerdo hiperinflación y leyes de obediencia debida y de punto final y como se le miente a un país diciendo que “la casa está en orden”.

De los justicialistas tan sólo diré que detesto que hagan de cuenta que Menem no es justicialista. Muchachos, son un movimiento. Si ustedes llevan al poder a esa gente, también son culpables, y si luego hacen de cuenta que no son suyos, no sólo son culpables sino hdp también.

Pero esto era para hablar de Charly y me estoy yendo por las ramas. Anoche vi a un Charly que ya no era el mismo, pero que era Charly. No comparto a los imbéciles que lo preferían drogadicto y dicen que un músico debe morir de esa manera. Perdón, si lo fuera, que me  muera arriba de un escenario.

Cómo dice Sacheri, la culpa es del tiempo. Porque si el tiempo no avanzara, uno podría quedarse con el Charly de Sui Generis, de Serú Girán o de su época solista, haciendo el recorte que quisiera, pero a muchos les jode que este Charly salga en los medios hablando de alguna afinidad política.

Qué equivocados están. Charly siempre lo hizo. En Sui Generis creo grandes temas como Instituciones, Botas Locas, Juan Represión, la genial historia de Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario y hasta la fogonera Rasguña las piedras.

En Serú hizo lo mismo con Alicia en el País, José Mercado y cuando se lanzó a solista, llegó ese piano hermoso de Los Dinosaurios. Así que muchachos, basta de criticarlo por exponer sus ideas, estén o no estén de acuerdo, porque cuando tuvo que ser valiente, lo hizo como mejor sabía, con su música mientras millones de argentinos se quedaban callados y resguardados en un “yo no sabía nada”.

En mi caso, no tengo nada que criticar a Charly, aunque me encantaría verlo mejor. Le debo agradecer a él  y a mi padrino por tener ocho años cuando descubrí Sui Generis, luego de que mi padrino me grabara un casette (sí, un casette) donde venía un mezclado de la banda separada en ese momento hacía 14 largos años.

Con el tiempo fui conociendo más y entendí que no por nada a Serú Girán se lo llamó “los beatles argentinos”. Y eso sin mencionar la infinidad de frases con las que me he sentido identificado y que aún hoy me sigue pasando.

Así que me van a tener que disculpar si yo aún no doy por muerto a Charly, y creo que nunca lo haré. Porque es un ser mortal, que desde sus fortalezas y debilidades ha hecho feliz a millones de argentinos y es más de los que muchos seres han hecho y harán en sus vidas. Pero no sólo por eso, sino porque lo que ha dejado y lo que traspasará su muerte, cuando llegue, es invaluable.

Yo me quedo con eso. Con el Charly que vi anoche, con el que vi en Talleres alguna vez y al que vi hacer un recital de tres horas en el desaparecido Gran Rex. Me quedo con el que me hizo comprender que la música es historia y poesías y no palabras elegidas al azar. Me quedo con el tipo que fue capaz de decir que si fuese un genio, entonces sería Spinetta o que en Mendoza, tras bajarse los pantalones en un recital lo quisieron detener por exhibición obscena y cuando un uniformado fue a buscarlo al camarín al grito de “Abra, soy policía!”, solo obtuvo como respuesta un: “¿Y yo qué culpa tengo de que usted no haya estudiado?”. O si quieren con aquél que le dijo a Jorge Rafael Videla que no le importaba que no le gustara su música pero que a su hija sí le gustaba.

Señores, es Charly García. Si el tiempo se paralizara, hoy seria perfecto. El tiempo no lo hizo, y Charly demostró ser humano. Así que ustedes sepan disculparme si no comparto agravios e insultos que he leído desde hace tiempo. Para mí, sigue siendo Charly García. Say no more.

Un llamado de atención


Esta no es una historia sino una especie de desahogo. No se preocupen, no insultará a Dios, ni a diseñadores ni a fotógrafos, aunque seguro alguno se enojará.

En octubre de 2007 comencé a trabajar en MDZ- Llevaba varios años trabajando por publicidad en la radio UNCuyo y era mi primer laburo rentado. Lo que era una forma de decir, ya que empecé cobrando 800 pesos y laburando 8 horas, cuando el pasante trabajaba cinco y cobraba 700. Pero no importaba, era mi sueño y un laburo que me encantaba, en un diario donde la mayoría de los redactores éramos nuevos o casi y por momentos parecíamos amigos del secundario más que laburadores.

En el 2008 me buscaron para ir a El Sol. Tras una charla con una de mis hermanas y la negativa a subirme el sueldo en MDZ, fue que saqué las cosas de mi cajón y partí.

Profesionalmente fue la mejor decisión que tomé. Allí me hice amigos de los mejores periodistas de policiales que he conocido, de periodistas de política e hice mi parte de la historia. Aprendí de un tipo como Cristian Ortega que me enseñó muchas cosas y supe que las banderas del periodismo aún existen, si hay un periodista y un jefe con ganas de sostenerlas y en El Sol, por suerte fueron muchas las banderas que sostuvimos y hubo peleas que ganamos y otras que aún no se resuelven y otras que perdimos.

Por aquellos primeros meses de El Sol conocí a la que fue mi novia y que me bancó viajes, amenazas en mi contra y muchas cosas más y con la que planee muchas tantas cosas que se cumplieron en parte, hasta que ella dijo que el partido debía terminarse.

Luego vino el UNO.

No quiero ser una especie de Jerry Maguire, pero he visto como muchos periodistas, con posibilidades de ser grandes periodistas se van cansando de la profesión, se aburren, no encuentran desafíos y en muchos casos la tiranía del click los está matando.

En mi caso, cuando me fui al UNO, sabía que no iba a tener esa posibilidad de sostener las mismas banderas, porque El Sol, al ser más chico, era como más volcado a un sector particular, mucho más chico que el compra el Uno o Los Andes. La prueba es que está por terminar un juicio de lesa humanidad y nunca fui a una audiencia. Pero mi idea era seguir aprendiendo. Lo había hecho en MDZ a pesar de mi corta estadía. Lo hice en El Sol y me fui al UNO para seguir haciéndolo, porque de todo el mundo se puede aprender algo y creer que no es un acto de soberbia.

Pero este desahogo no es para hablar de mi, sino de algo que me preocupa profundamente. Este desahogo es más un llamado de atención. En los últimos años han surgido y he visto a muchos periodistas con pinta de convertirse en grandes y varios han llamado la atención y pasaron de ser "ignotos" a ser nombres conocidos, pero acaso a nadie le llama la atención que no haya periodistas grandes (de edad) en los medios?.

A nadie le llama la atención que cada vez más rápido los periodistas se cansen de las redacciones, de las cámaras, de los micrófonos y busquen otra cosa?

Qué periodistas con plumas excelentes, que llegaron a sus lugares con ganas de comerse el mundo se retiren en pocos años?

Hoy es el último día de Constanza Soler (esto fue escrito hace unas semanas), una periodista que a muy temprana edad mostró que era grande. Ella sigue un sueño, pero que pasó para que se decidiera por ese y no sostener el que ya estaba viviendo? y para que otros estén cambiando sus sueños? Yo lo comenzaría a mirar como un llamado de atención.

Periodistas nunca van a faltar, las facultades están llenas de personas con ganas de trabajar en un medio. Pero cada vez los periodistas venimos menos formados (me incluyo). Ya no se enseña en las facultades y en los medios no hay tiempo para aprender. Es un llamado de atención, porque sí seguimos así, no morirá el periodismo de los diarios de papel como muchos vaticinan. El que morirá será el periodismo. Aún tengo esperanzas de que se salve.

El partido (o los culpables de que sea periodista)

Hay personas que saben lo que estudiarán porque sus padres tenían esa profesión. Otros lo descubren con los años. Yo supe lo que iba a hacer, cuando fuese grande, cuando tenía siete u ocho años: Periodista.

Claro, que en esa época mi idea era ser relator deportivo y soñaba con un River-Boca en el Monumental.

Uno de las ventajas de ser el hermano más chico era heredar los juguetes de mi hermano mayor, que me lleva siete años. Entre ellos estaban los soldaditos y con ellos venía un juego, hacer partidos de fútbol.

Desconozco si el juego era invención de mi hermano o alguien se lo había heredado, pero fue tal vez el juego que me entretuvo más horas durante mi niñez, junto a la lectura de El Gráfico, Condorito y patoruzitos, además de las escondidas y los partidos en la calle o en el polideportivo.

En mi casa, la siesta era un momento de silencio, donde se veía tele a un volumen en el que prácticamente aprendíamos a leer los labios y ojo con hacer ruido, porque mi viejo dormía y no se lo podía despertar, por eso la práctica del fútbol con soldaditos tenía su secreto.

Eran cuatro equipos, a veces cinco: River, Boca, Independiente, Racing y San Lorenzo. Los de River se distinguían por ser vaqueros, más que soldados y cada uno de ellos tenía su nombre. Aún hoy recuerdo que la formación de River era: Pumpido, Gutiérrez, Villazán, Ruggeri, Gordillo; Corti, Troglio, Palma y arriba el polilla Jorge Da Silva, Caniggia y Alzamendi.

La cuestión es que esos once soldaditos me hicieron enamorarme del periodismo. Con el paso del tiempo, el menemismo me enseñó que la economía puede cambiar (nunca nos sobró pero tampoco nos faltó, mis viejos hicieron lo posible para que así fuera) y me comenzaron a gustar otras partes del periodismo. Atrás quedó estudiar en Buenos Aires y la Universidad Pública me abrió las puertas.

Pero volviendo a los soldaditos. El juego era simple. La cancha era una cama de una plaza. Imaginen. Los arcos eran dos cajas de cassete o dominó por palo. En lugar de carteles, habían zapatillas y ojotas (servían para que la pelota no cayera al piso e hiciera ruido) y el fútbol era una bolita.

Así pasaban las siestas. Yo solitario, encerrado en la pieza con mis amigos diminutos. Por supuesto, el campeón siempre era River y a Boca se le ganaba en el último minuto, en un contraataque y después de que el arquero atajara un penal. Eran héroes.

Hay una anécdota, contada por mi papá, que dice que él estaba sentado en la vereda (la ventana de mi habitación también daba a la vereda), cuando pasó un hombre y se paró enfrente suyo.

“¿Cómo va el partido?”, preguntó y mi papá lo miró extrañado, porque él, fanático del fútbol y de ver actualmente hasta los partidos que se juegan en Arabia Saudita, no estaba escuchando ningún partido, y luego, tras pensar un segundo, se dio cuenta y entendió.

Nunca recuerdo que fue lo que mi viejo le contestó. Pero lo lindo de los recuerdos es que uno puede exagerarlos, por lo que prefiero pensar que mi papá tiró un resultado y el hombre se fue conforme.  Quiero imaginar que mientras se alejaba, mi viejo, ese tipo al que todo le costó mucho (igual que a mi vieja), lo miraba y sonreía, pensando en su hijo más chico y en un partido soñado, con un estadio lleno y con carteles electrónicos que se asemejaban a zapatillas, jugado en un campo de juego que se arrugaba con el pasar de los minutos, con un fútbol que nunca se desinflaba y con un relator que tenía las rodillas en el piso, que miraba a los jugadores desde arriba  y que era feliz haciendo lo que más le gustaba: soñar y divertirse.

Desconozco que ha llevado a mis colegas a elegir el periodismo. Pero sé que varios de ellos me han enseñado mucho. Podría nombrar a varios, pero la verdad es que temo olvidarme de algunos y que se me ofendan. Lo que sí puedo decir es que a través de ellos aprendí a compartir teléfonos, a evitar egoísmos periodísticos clásicos de la profesión, a saber que la dignidad no se vende y que no hay mejores notas que aquellas que pueden provocar un cambio y que son las que deberían tener al lado de cada título un ícono que indique “bandera periodística”.

No llevo mucho tiempo en la profesión pero he pasado por estudios de radio y por diversas redacciones. He visto gestos de la puta madre, como también he visto las estupideces y el egocentrismo más importante y dañino para una carrera tan hermosa como la del periodismo.

Hace varios años, una persona me dijo que sin sueños no vale la pena vivir. Me quedó para siempre eso porque tenía y tiene razón. El periodismo es uno más de mis sueños, el que se haga bien un anhelo siempre latente. El divertirse haciéndolo debería ser un derecho y una obligación.



PD: Hoy solo sobreviven tres de aquellos jugadores. Los demás fueron donados por mi madre (en contra de mi voluntad) a un primo.