viernes, 22 de marzo de 2013

Las vueltas de la vida


Hay cosas que son imposibles de explicar, o al menos difíciles. A Carolina la conocí en la primaria, fuimos amigos, de los mejores pero al llegar al secundario, nos dejamos de ver.

Sin embargo, cuando fui a empezar el último año, la volví a ver, estaba sentada en el primer banco, como siempre lo hacía, o al menos como yo la recordaba. Me vio y me abrazó, pero ya no teníamos doce años. Y no puedo negar que me ruboricé al sentir su contacto.

De inmediato volvimos a ser amigos, a hacernos chistes, a reírnos juntos y comenzaron las gastadas, y estas tenían algo de verdad, porque a las semanas nos encontramos saliendo juntos, de novios y todo lo que eso implica, pero tal cual adolescentes, un día nos peleamos y al poco tiempo ella estaba en brazos de un flaco de otro curso, con un claro odio hacia mí (de parte de ella) y yo, sumido en una especie de dolor y amor.

Terminamos el secundario y todo siguió igual. Yo empecé la facultad y la perdí de vista. Fui a un par de reuniones de compañeros, pero dejé de ir, cuando me di cuenta que el odio no se había modificado en nada y para evitar que mis amigos se sintieran mal, preferí dejar de asistir a esos ataques de parte de ella, algunos merecidos, otros no.

No obstante, fui a la última. Era en casa de Marisa, quien me aseguró que Caro estaba planeando su boda y que por eso no iba a poder asistir. Eso estaba bueno, porque hace unos días me había peleado con mi novia de hace tres años y estaba en ese momento en que no podía soportar ningún tipo de ataque.

Todo iba bien. Las anécdotas del secundario, esas que con treinta años te considerás un hijo de puta por haber dejado a alguien colgado del tinglado, o porque te pusiste a jugar al fútbol con un borrador y el partido se terminó luego de que uno impactara la improvisada pelota contra un vidrio y todos abrieran los ojos recordando que estabas jugando en un primer piso y corrieran hacia la ventana rogando no encontrar a nadie con un pedazo de vidrio incrustado en la cabeza.

Y de repente la puerta se abrió y una voz saludó a la anfitriona. Casi al mismo tiempo un escalofrío me hizo sacudirme en la silla. Era ella. Finalmente vino. Me vio, sonrió a todos y monopolizó la reunión contando detalles de su próxima boda, de su futura luna de miel y de lo maravillosa que era su pareja, para terminar su relato preguntando y mirándome a los ojos: “¿Y vos Alejandro, te estás por casar también, no?.

El ataque no podía ser más certero. Justamente me iba a casar en unos meses, pero la separación suspendió todo. Indudablemente Carolina sabía de todas esas circunstancias porque su sonrisa solo vislumbraba una victoria aplastante y tan sólo le habían bastado nueve palabras. Era para aplaudirla, por lo que lo único que pude contestar fue un: “Sí, pero ya no, se suspendió”.

Cómo si necesitara un gol más para coronarse campeona, ahí nomás volvió a agarrar el balón y con su mejor cara de ingenua preguntó: "¿Pero qué, te peleaste?, si era re buena tu novia". Lo curioso, es que ese golpe dolió pero la dejó mal parada frente a los demás, que recordaban como ella había defenestrado a mi ex cuando apenas la conoció. En mi caso, aproveché el momento para levantarme e irme a lavar la cara y para no mostrar que el último ataque me había dejado en la lona.

Debo haber demorado unos diez minutos, ordenando mis pensamientos, pensando en sus ataques, en por qué siempre me dolían, cuando decidí salir y casi me la choqué al abrir la puerta.

“Discúlpame por lo que te dije antes, ¿te sentís bien?”, preguntó y por un segundo volvió a ser la misma persona que yo había conocido. “Sí, pero te puedo preguntar algo, ¿por qué me odias tanto? Pasó mucho tiempo ya, ambos hemos cambiado, vos incluso te estás por casar, te va bien en el resto de tu vida, por lo que tengo entendido, ¿por qué entonces el ensañamiento?”.

Y ahí vino la sorpresa, la respuesta menos esperada, la que me iba a dejar mudo y paralizado. “Por qué aún pienso en vos, Ale, por eso”. Y se dio vuelta, y antes de que atinara yo a hacer algo, ella ya había agarrado su cartera, salido del departamento y se había alejado al menos diez cuadras a bordo de su auto.

Hoy recordaba todo eso, mientras fumaba un cigarrillo en la galería de mi casa. El sentimiento de que esa era la última vez que vería a Carolina, admitiendo una derrota en un juego al que solo ella había jugado. Rememoré su rostro y sus lágrimas mientas se daba vuelta y se iba y luego sentí la bocina del auto, eran mi mujer y mis dos hijos. Ahora tengo un nene de 2 años y una nena de 4. Ambos por suerte salieron a la madre, son muy parecidos a Carolina.

2 comentarios: