Aún lo recuerdo cómo si fuese ayer. Tenías el pelo castaño y
los ojos verdes. No recuerdo cuando fue la primera que te vi entrar, pero sí la
primera vez que me di cuenta que estaba enamorado de vos.
Te sentaste a mi lado y me pediste una lapicera, fue la primera
vez que te miré a los ojos y a partir de ese momento buscaba que nuestras
miradas se cruzaran siempre, cómo si mis pupilas pudieran decir lo que a mi
boca no le salía, a pesar de todas las veces que lo ensayaba a solas en mi
habitación.
¿Tenías cuántos? ¿10 u 11 años, igual que yo? Estábamos en
quinto grado cuándo hice las primeras de tantas estupideces que hice por una
chica. Te escribí una carta, incluso hasta le pasé perfume como había visto en
las películas y en un recreo te la guardé en la mochila.
El problema de cuándo sos chico es que tus padres te compran
esos perfumes horribles que se pueden sentir a kilómetros y yo lo aprendí
cuando vos entraste al aula y lo sentiste y pude ver cómo tu cara se iba
transformando a medida que te acercabas a tu silla e ibas descubriendo, sin
duda, que ese perfume provenía de tu mochila.
Apenas la leíste supiste que era yo. Tonto, me quise hacer
el misterioso y no le puse firma pero mi letra y mi cara de estúpido me
delataba. Pero lo peor no fue eso, vino después, cuando te vi riéndote con tu
compañera mientras le mostrabas la carta. Era mi primer acto estúpido de amor y
me sentí humillado y lastimado por primera vez.
Llegamos a séptimo grado y aún me gustabas, pero había
aprendido a esconder mis sentimientos, más aún porque ese hecho creo que me
marcó para siempre a la hora de hablar con una mujer. Para peor, eras mi
competidora por la bandera y me ganaste y por si eso fuera poco, le diste tu
primer beso a un amigo.
Terminada la escuela dejé de verte. Ambos fuimos a colegios
públicos, pero tu destino y el mio no iban juntos y terminamos separados por
muchos kilómetros y no volví a saber de vos hasta hace unos meses.
Yo salía de la facultad y te tomaste el mismo colectivo que
yo. No habías cambiado nada, el mismo peinado, los mismos ojos verdes, la misma
sonrisa. Fue como volver a tener diez años. Me reconociste y fuimos hablando
todo el camino.
Hace unos días te volví a ver, yo había decidido irme
caminando y vos también. Nos cruzamos, volvimos a hablar y me mencionaste lo de
la carta y me pediste perdón. “Tenía diez años”, me dijiste y yo sonreí y te
dije que no había nada que perdonar, que era una boludez lo que había hecho.
En el camino me contaste que te habías peleado con tu novio
hacía unos meses, qué te había gustado encontrarte conmigo y que yo estaba muy
cambiado, que ya no era tan callado y que te hacía reír mucho. Para cuando
llegamos al punto donde debíamos separarnos me miraste y te quedaste callada.
Te pregunté qué te pasaba y me dijiste que habías sido una estúpida cuando
teníamos diez años pero que yo te gustaba y querías saber si yo quería salir
con vos.
Te miré a los ojos, esos ojos verdes que hipnotizaban a
cualquiera, me sonreías nerviosa, se notaba que era la primera vez que vos
invitabas a alguien y no al revés, como debías estar acostumbrada.
Y estuve tentado, no lo voy a negar, porque realmente te
veías hermosa, pero te dije que no, que no podía salir con vos. Que en esos
meses había comenzado a salir con alguien, que casualmente era compañera tuya
de facultad y te conocía. Vi tu cara de derrota y te pedí perdón mientras una
lágrima caía de tus ojos y me hacía dudar otra vez, pero cuando te fuiste no pude evitar sonreír, no de
malicia, sino porque recordé mis lágrimas de los diez años y fue como una
revancha, cómo saber que es verdad eso que dicen que todo tiene vueltas.
Después comencé a caminar, me sentí diferente por primera
vez en toda mi vida, y volví a sonreír mientras iba en búsqueda de esa chica
que aceptó salir conmigo tras una carta, pero esta vez sin perfume y con mi
nombre al pie de la hoja.