miércoles, 13 de marzo de 2013

La mejor patada de mi vida


Crecí en un barrio, no pobre pero si humilde. Eso provoca varias cosas. Primero, que uno tiene amigos más o menos de la misma edad. Segundo, que uno tiene enemigos más o menos de la misma edad. Tercero, que uno juegue al fútbol. Cuarto, que amigos y enemigos se vean en una cancha de fútbol.

La verdad es que nunca fui bueno. Digamos que jamás hubiese pasado una prueba en algún club, pero me defendía y tenía mis partidos. Pongámoslo así. En los partidos complicados era donde mejor jugaba y donde mejor me salían las cosas.

Cuando tenía doce años comencé la confirmación, la que abandonaría tres meses después. Pero esos noventa días bastaron para que me hiciera de un enemigo de la misma edad que yo y encima del mismo nombre: Daniel.

En realidad ya nos conocíamos, teníamos un amigo en común pero algo entre nosotros no funcionaba bien.

Un domingo, sin lugar en las canchas de baldosas, nos tuvimos que mudar a la de césped, bah la de tierra. En el equipo rival estaba él.

Como la cancha era grande, la dividimos a la mitad y comenzamos a jugar. Debo decir que Daniel no jugaba bien pero era más rápido que yo, lo que me complicaba algunas cosas, pero por lo visto él también tenía problemas, ya que durante gran parte del partido me pegaba en los tobillos cada vez que yo cubría la pelota.

Una vez pasa, pero cuando te lo hacen todo el partido hace enojar a cualquiera y lo dice un tipo como yo que era bastante pacífico, a pesar de mi voz de camionero en el arco y de ser el que siempre discutía con los árbitro, pero jamás pegaba ni me echaban, debo aclarar.

La cuestión es que este pibe tenía complejo de Maradona y había dejado a dos en el camino. Yo, por un pequeño error de cálculo me tiré unos tres metros antes de que él pasara con pelota al pie, dominada, como si fuera su amiga.

Pero no pudo resistirlo. Viéndome en el piso no se le ocurrió otra cosa que querer parecerse cada vez más a D10S y todos saben lo que le pasó al diablo cuando quiso hacer lo mismo.

Me vio en el piso y antes de llegar adonde yo estaba, me picó la pelota por encima y saltó. Parecía una gacela detenida en el aire, saltando en cámara lenta, esperando volver a tierra para seguir su camino contra el arquero y la gloria del mejor gol de la tarde. Pero yo tampoco me pude resistir.

Mientras lo veía en el aire, sin pensarlo, mi pierna derecha hizo un viaje de casi 90 grados hacía atrás y luego, partió hacia delante, levantada, con un solo destino y dio en el blanco, o en este caso en sus rodillas, cayendo al piso y yo buscando un árbitro que no existía para explicarle que había ido a la pelota, la cual estaba a cinco metros de la jugada.

Inmediatamente me levanté, mientras todos venían a socorrerlo y porqué negarlo, para cachetearme por mala leche. Y ahí se me fue lo pacífico. “Si cobrás foul, la próxima te quiebro la puta que te parió”, salió de mi boca, mientras le hablaba a escasos 20 centímetros de su cara.

Aún no sé porqué me hizo caso. Pero seguimos jugando, aunque hasta que no terminó el partido no me quedé tranquilo, ya que en cualquier momento podía venir la vuelta y me iba a tener que quedar callado.

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