Nunca la había usado desde que la compró. Sólo tenía pensado utilizarla una vez, después de eso ya no habría más oportunidades.
Había pensado en todo. Su perro lo había dejado con una
vecina a la que le había dicho que se iba de viaje durante unos días por cuestiones laborales.
De sus cosas se había ido separando en las últimas semanas.
Sus libros estaban repartidos en casas de amigos y los que quedaban ya
encontrarían nuevos destinos. Se preguntó si alguien sospechaba del viaje que
estaba a punto de emprender tras ver su biblioteca, su tesoro, a medio vaciar.
Sonrió y prefirió pensar que nadie sospechaba nada, que para todos sería una
sorpresa.
Miró por la ventana. Había sol. Le dieron ganas de salir a
dar una vuelta por la plaza, pero rechazó la idea. “Demasiados recuerdos”, se
dijo.
Observó hacia la mesa. Estaba allí. La levantó, la revisó y vio que había una sola bala. Se preguntó si necesitaría otra, pero
inmediatamente se respondió que con una bastaría. La volvió a dejar en su
lugar.
Pensó en hacer un llamado. Recordó que la última vez terminó
hecho pedazos. “Un mensaje, tal vez”, se dijo en voz alta, pero se dio cuenta
que nunca obtenía respuestas de estos. Bajó la cabeza y derramó algunas
lágrimas. “Las últimas”, se dijo e hizo una mueca que quiso simular ser una sonrisa.
Volvió a agarrar el arma, casi decidido, y se escuchó a si mismo decirse que lo que estaba por hacer no era cosa de valientes, sino una salida
cobarde y egoísta. Pero esa voz fue superada por un grito histérico, en el que
también se reconoció diciendo que estaba cansado de hacerse el fuerte, que esta
vez se rendía ante las habladurías, el dolor y aquel fantasma que lo visitaba
cada día.
“Nadie muere por algo así, al menos no del todo”, dijo la primera voz, con esa
sabiduría que a veces, sólo a veces, puede alcanzarse con unas pocas palabras.
“Es mucho más que eso”, respondió, ya cansado, como si en
dos minutos hubieran pasado treinta años.
Cerró los ojos, ya agotado de tanto discutir consigo mismo,
y la vio. Allí estaba, su pelo castaño, su sonrisa. Ya no falta hacía que cerrara los ojos para verla. Desde hacía mucho
tiempo, antes de que ella se fuera, había aprendido a verla enfrente suyo, a
imaginarla, incluso con sus ojos abiertos. Nuevas lágrimas le hicieron arder
los ojos.
Retomó uno de sus primeros pensamientos, y se dijo, casi
susurrando: “Sí, a muchos les sorprenderá, pero ya nada es igual, y sin embargo está ahí, siempre está ahí”, y como si fuera un reflejo,
volvió a sonreír, como si hubiese cometido una travesura.
Miró el reloj. Ya se habían hecho las 16 del viernes. Se
encontró pensando que lo ideal hubiese sido a las 3 AM, o el domingo por la
tarde, pero tenía que ser en ese momento. La decisión estaba tomada. Volvió a
levantar el arma y la apoyó contra su sien, como había visto en cientos de
películas. “Ya no queda nada”, pensó para darse fuerzas.
Sintió el frío caño del arma en su cabeza y un escalofrío le
recorrió todo el cuerpo. Se quedó quieto, sintiendo su dedo en el gatillo, y la
volvió a ver. “¿Qué te pasó, porque este final?”, le preguntó ella y él solo
pudo responder: “Vos, la respuesta a todo sos vos”. Segundos después todos los
vecinos despertaron de su siesta al oír una detonación.
Una hora después la policía llegó al lugar. Ningún vecino
había querido entrar. Los efectivos notaron que la puerta no había sido
forzada.
A unas cuadras de allí, casi al mismo tiempo, una persona observa a través de la vidriera de un café a una joven de pelo castaño. En unos segundos se imagina hablando con ella, mirándola a los ojos, hablándole. Se ve bajando la cabeza y a ella apoyando su mano en el brazo de él.
Él levanta la cabeza y sonríe, pero ya no es una mueca, es una sonrisa de felicidad, en medio de una tristeza que comienza a irse. Él apoya su mano sobre la de ella y ella le devuelve la sonrisa, la más bella que nunca se vio. Mientras tanto, en su departamento, la policía encuentra un agujero de bala en la pared y señales de que alguien salió muy apurado de ahí, como si hubiese recordado algo de vida o muerte.
Él finalmente toma coraje, entra al bar y se sienta frente a la joven de pelo castaño esperando que lo que imaginó se haga realidad...
A unas cuadras de allí, casi al mismo tiempo, una persona observa a través de la vidriera de un café a una joven de pelo castaño. En unos segundos se imagina hablando con ella, mirándola a los ojos, hablándole. Se ve bajando la cabeza y a ella apoyando su mano en el brazo de él.
Él levanta la cabeza y sonríe, pero ya no es una mueca, es una sonrisa de felicidad, en medio de una tristeza que comienza a irse. Él apoya su mano sobre la de ella y ella le devuelve la sonrisa, la más bella que nunca se vio. Mientras tanto, en su departamento, la policía encuentra un agujero de bala en la pared y señales de que alguien salió muy apurado de ahí, como si hubiese recordado algo de vida o muerte.
Él finalmente toma coraje, entra al bar y se sienta frente a la joven de pelo castaño esperando que lo que imaginó se haga realidad...
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