Fue hace unos meses que les dije a los muchachos que ya
estaba bien. Lo recuerdo muy bien. Estábamos en un bar en la calle Buenos
Aires, cuando llegué y con la mejor de mis sonrisas, les dije: “muchachos ya
está, ya estoy bien, ya me olvidé”.
El primero en reírse fue Pablo: “Dale Esteban, es como la
novena vez que lo decís desde que Pamela te dejó hace dos meses, no seas
boludo, somos todos amigos, ya se va a pasar, pero no nos mientas”, y los demás
asintieron.
Lo peor de todo es que yo lo decía en serio, o al menos eso creía, porque después siempre
estaban esos días tristes o esos momentos en que de la nada me ponía a pensar
en ella, en todo lo que hicimos juntos, en todos los planes que tenía con ella
y me daba cuenta que no me importaba lo que ella dijo sobre el porqué rompimos
o porqué nuestra peor pelea, pasaba por alto esas cosas y me quedaban las
buenas y eso era malo, porque me hacía extrañarla aún más y preguntarme porque
ella pudo seguir adelante y yo aún la pensaba, como si aún estuviéramos juntos.
Pero como decía, eso fue hace varios meses. De hecho, el bar
cerró unas semanas después luego de que un temblor derribara parte de la
mampostería y se descubriera que nunca lo deberían haber habilitado al lugar, y entre los escombros, en un acto solemne y solitario, dejé un anillo mágico para aquel que lo quisiera encontrar.
Me enteré que Pamela estuvo saliendo o de novia con otro,
bah, ella me lo dijo al poco tiempo de dejarme.
Yo, en mi caso, comencé a hacer
cosas que nunca había hecho. Hice cursos, me metí a todos lados, busqué becas y
hasta fui a una psicóloga, que me decía lo mismo que una amiga, sólo que me
cobraba y las sesiones eran un poco más largas. Incluso, mis amigos dejaron de
llamarme preocupados porque algún día no les atendiera el teléfono y ya me
llamaban sólo para invitarme a asados, a jugar al fútbol o salir de tragos por
ahí.
Ayer mismo me encontré con Pablo justamente y nos pusimos a
hablar de Pamela y de que el tiempo no es que ayude a olvidar, sino a superar
las cosas. El tema salió justo recordando aquel viejo bar y esa conversación de
hace unos nueve meses más o menos.
“Nunca más la volví a ver”, le confesé a Pablo y él me dijo
que la había visto algunas veces, pero que no sabía qué estaba haciendo, ni que
era de su vida, ni si estaba bien o mal. Yo sabía que a Pablo le costaba,
porque Pamela le caía bien, pero yo era casi su hermano y aunque nunca se lo
pedí, él prefería no tener mucho contacto con ella.
La cuestión es que la charla no hizo ningún efecto sobre mí.
Pablo confirmó que yo estaba bien, que la había superado. Yo también me alegré
de eso y el resto de la charla fue de
fútbol, de cómo lo tenía cagando la negra al Mariano y que por eso este ya no
iba los sábados a jugar, de la mina del laburo que se estaba comiendo Julián y
todo ese tipo de charlas serias que cambian el universo.
Cuando salí del bar, decidí caminar a casa, a pesar de que estaba como a cuarenta cuadras de casa, pero estaba contento, me clavé los
auriculares en los oídos y comencé a recorrer y cruzar calles, a imaginar nuevos
mundos y futuros y ahí fue que la vi. Era hermosa, no lo puedo negar. Una
sonrisa casi perfecta. Una mirada de esas que te desarman.
Ella también me vio. Se quedó quieta, sin sacarme la vista
de encima. Sonrió, por no saber qué otra cosa hacer. Estábamos a unos diez
metros de distancia uno del otro y juro que esa sonrisa era lo más bello que había visto en
mi vida.
No sabía si acercarme y hablarle o salir corriendo de no
saber qué hacer en esa situación. Ella también dudaba de qué hacer, y no es que
yo sea Brad Pitt, pero creo haber visto en su mirada las mismas dudas.
Nos miramos fijamente durante largos segundos, como si
fuéramos dos vaqueros a punto de batirse en duelo. Ninguno desenfundó. Contaría
que fue lo que pasó, si uno de los dos dio media vuelta y se fue. Si ella venía
acompañada y su novio, cuando yo me decidí a acercarme, salió del negocio donde
ella estaba parada. Si fue ella la que vino hacia mí. Si nos saludamos y cada
uno siguió su camino para nunca más vernos. O si por el contrario, mientras yo
escribo esto, ella está en mi cocina haciendo café. Tampoco diré si su nombre es Pamela, si es la misma que amé, o no, o si se llama de otra manera. Lo único que puedo decir es que el universo tiene formas extrañas de hacer las cosas.
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