domingo, 2 de junio de 2013

Roberto Arquímedes: el pase del año



-Usted no sabe lo que fue la discusión por el pase de Roberto Arquímedes. Nunca se vio una cosa así en el pueblo, me dijo el canchero de Deportivo Luquez, mirando mi rostro de periodista falto de una buena historia.

Yo había llegado ahí movido por la historia de Arquímedes, es verdad. Había sido noticia luego de hacer 7 goles en un solo partido y consagrarse goleador con 78 goles en 26 partidos, pero fue cuando llegué a General Domínguez que comencé a conocer el pasado de ese nueve casi mitológico.

Arquímedes jugaba en Atlético Gomina desde hacía seis meses. Hasta ese momento, había hecho su carrera en Deportivo Luquez, donde había estado seis años y siempre había sido goleador. Ahora, con sólo 28 años ya estaba pensando en retirarse, me dijo el canchero, “un problema en las rodillas”, me explicó en voz baja, como si estuviéramos en una iglesia.

Caminar por el pueblo era raro. En todos los comercios había una foto de Arquímedes, solo que dependiendo del negocio era si Arquimedes salía con la roja de Luquez o con la azul de Deportivo Gomina.

Y en todas las esquinas los adolescentes discutían de quien era realmente hincha este jugador. Si del club que lo volvió popular en el pueblo, o del equipo para quien jugaba ahora y con quién había roto el record de goles en un sólo campeonato.

Durante días intenté entrevistar a Arquímedes, pero no se podía. Lo fui a buscar a un entrenamiento y me dijeron que él se entrenaba solo, en un lugar que nadie sabía y aparecía para jugar nada más.
Quise hablar con sus ex compañeros, pero todos me decían lo mismo: “es un buen tipo” y chau, a otro tema.

Fue en ese momento, cuando mi rostro debe haber mostrado la desazón de saber que iba a volver con una hoja en blanco para decirle a mi editor que no había conseguido nada, que el canchero se me acercó y me dijo: “Arquímedes siempre fue el goleador en todos los lugares, pero la guerra por él fue cuando pasó de un equipo a otro. Usted no sabe lo que fue la transferencia. Todavía hay lío por eso”, y mis ojos brillaron de la emoción al empezar a presentir que por fin tenía una historia para contar.

“Mire”, me dijo Don Pancho, que se encargaba desde hacía 50 años de cuidar el césped de Deportivo Luquez. “Fueron varios meses de discusión en que los clubes no se ponían de acuerdo, porque acá no importaba que fueran equipos rivales, sino que lo que importaba era lo que se ponía por la transferencia, y nunca llegaban a un acuerdo, pero cuando llegaron, fue todo una fiesta. Nunca nadie había pagado tanto por un jugador. Está bien, Arquímedes era nuestro ídolo, pero la oferta que le hicieron al presidente era increíble. Nunca se vio en el mundo una oferta así, no se podía superar”, me explicó el canchero, emocionado.

“El problema vino después de la firma del contrato. Se presentó un hombre de traje y puso una denuncia por la trasferencia, todo fue a parar a la Justicia. El problema es que ya se había agotado todo lo pagado por el pase y no había cómo reponerlo. Encima el juez era hincha de los otros, así que nos condenó a devolver lo que nos pagaron, que aún no sabemos cómo hacerlo e hizo que Arquímedes siguiera jugando para ellos. Ahora estamos apelando, pero mientras tanto, ellos salen campeones con nuestro ídolo”, se lamentó Don Pancho.

“¿Pero cuánto fue el pase?”, pregunté. A esa altura, ya me había olvidado que era la historia del goleador lo que yo había ido a buscar y prácticamente mostraba los colmillos por el nuevo relato que había encontrado. Además, en mi cabeza escuchaba, sin parar, la frase: “Nunca se vio en el mundo una oferta así”. Sabía que me estaba exagerando, que Arquímedes tampoco era Messi, pero la curiosidad me había invadido y sólo quería saber el resto de la historia, esos detalles precisos que me llevarían a una buena historia para llevar a mi jefe.

“Y… las discusiones eran en privado entre los presidentes”, me dijo Don Pancho, como diciéndome algo que todo el mundo debía saber. “Aunque a veces podíamos escuchar los gritos y en un par de ocasiones, salieron sillas volando por las ventanas. Incluso, una vez hasta se fueron a los golpes, pero para serle sincero nunca supimos las primeras ofertas. Sólo la final y desde ya debo decirle, ninguno de nosotros la hubiera rechazado. Era una oferta excelente y en medio de los festejos por los cincuenta años del club. Ninguno la podía rechazar, lo de la Justicia no lo teníamos pensado y eso hasta le costó tres infartos al presidente y dos días de cama, recetados por el médico veterinario del pueblo”, me explicó, algo acongojado Don Pancho.

Me quedé mirándolo, en completo silencio, empujándolo a que me dijera qué era eso que ningún dirigente o empleado del club pudiera rechazar, hasta que finalmente entendió y me lo dijo.
“Como le expliqué antes, era una oferta nunca vista en el mundo y era imposible de rechazar. Qué se yo… estaban los festejos del aniversario y hacía falta plata para los festejos y ya habíamos rechazado varios buenos ofrecimientos, según nos explicó el presidente y esa había que aceptarla. Todos lo hubiéramos hecho”. Y sobrevinieron unos segundos de silencio, y en una voz, casi inaudible, mientras abría unos ojos gigantes, como de un chico que acaba de hacer su mejor travesura, me dijo: “Nos pagaron con un lechón de 180 kilos por Arquímedes”.

Lo miré. No lo podía creer. Me sentía un estúpido. Yo pensando en millones de pesos y el pase había sido por un animal. Ese era el gran pase del año, por un… ¡lechón!. No lo podía creer.

Don Pancho debe haber notado mi enojo y decepción, porque se acercó a mí, me abrazó y me dijo “m´hijo lo que pasa es que usted es de Ciudad. Igual yo sé que tal vez exageré, más aún teniendo en cuenta que aún debemos resolver lo de la Justicia, pero le aseguro que si usted hubiese comido de ese lechón, también aplaudiría por vender a Arquímedes” y sonrió, para callar de repente y acercarse a mí, como si quisiera decirme un secreto.

“¿Quiere qué le diga más? Arquímedes nos dijo que quería irse, nosotros no queríamos dejarlo ir pero él insistía, pero una noche todo cambió y supimos que no iba a poder jugar mucho tiempo más porque se había roto las rodillas. Por eso lo vendimos a ese traidor, o usted se cree que realmente íbamos a venderle a nuestro goleador al enemigo”, me dijo, sonriendo, mientras agarraba fuerte su bastón y golpeaba con fuerza al aire, como si de repente se despertara en él un recuerdo que le diera mucho placer, mientras se repetía a sí mismo: "sí... una noche todo cambió...".

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