-Usted no sabe lo que fue la discusión por el pase de
Roberto Arquímedes. Nunca se vio una cosa así en el pueblo, me dijo el canchero
de Deportivo Luquez, mirando mi rostro de periodista falto de una buena
historia.
Yo había llegado ahí movido por la historia de Arquímedes,
es verdad. Había sido noticia luego de hacer 7 goles en un solo partido y
consagrarse goleador con 78 goles en 26 partidos, pero fue cuando llegué a
General Domínguez que comencé a conocer el pasado de ese nueve casi mitológico.
Arquímedes jugaba en Atlético Gomina desde hacía seis meses.
Hasta ese momento, había hecho su carrera en Deportivo Luquez, donde había
estado seis años y siempre había sido goleador. Ahora, con sólo 28 años ya
estaba pensando en retirarse, me dijo el canchero, “un problema en las rodillas”,
me explicó en voz baja, como si estuviéramos en una iglesia.
Caminar por el pueblo era raro. En todos los comercios había
una foto de Arquímedes, solo que dependiendo del negocio era si Arquimedes
salía con la roja de Luquez o con la azul de Deportivo Gomina.
Y en todas las esquinas los adolescentes discutían de quien
era realmente hincha este jugador. Si del club que lo volvió popular en el
pueblo, o del equipo para quien jugaba ahora y con quién había roto el record
de goles en un sólo campeonato.
Durante días intenté entrevistar a Arquímedes, pero no se
podía. Lo fui a buscar a un entrenamiento y me dijeron que él se entrenaba
solo, en un lugar que nadie sabía y aparecía para jugar nada más.
Quise hablar con sus ex compañeros, pero todos me decían lo
mismo: “es un buen tipo” y chau, a otro tema.
Fue en ese momento, cuando mi rostro debe haber mostrado la
desazón de saber que iba a volver con una hoja en blanco para decirle a mi
editor que no había conseguido nada, que el canchero se me acercó y me dijo: “Arquímedes
siempre fue el goleador en todos los lugares, pero la guerra por él fue cuando
pasó de un equipo a otro. Usted no sabe lo que fue la transferencia. Todavía
hay lío por eso”, y mis ojos brillaron de la emoción al empezar a presentir que
por fin tenía una historia para contar.
“Mire”, me dijo Don Pancho, que se encargaba desde hacía 50
años de cuidar el césped de Deportivo Luquez. “Fueron varios meses de discusión
en que los clubes no se ponían de acuerdo, porque acá no importaba que fueran equipos
rivales, sino que lo que importaba era lo que se ponía por la transferencia, y
nunca llegaban a un acuerdo, pero cuando llegaron, fue todo una fiesta. Nunca
nadie había pagado tanto por un jugador. Está bien, Arquímedes era nuestro
ídolo, pero la oferta que le hicieron al presidente era increíble. Nunca se vio
en el mundo una oferta así, no se podía superar”, me explicó el canchero,
emocionado.
“El problema vino después de la firma del contrato. Se
presentó un hombre de traje y puso una denuncia por la trasferencia, todo fue a
parar a la Justicia. El problema es que ya se había agotado todo lo pagado por
el pase y no había cómo reponerlo. Encima el juez era hincha de los otros, así
que nos condenó a devolver lo que nos pagaron, que aún no sabemos cómo hacerlo
e hizo que Arquímedes siguiera jugando para ellos. Ahora estamos apelando, pero
mientras tanto, ellos salen campeones con nuestro ídolo”, se lamentó Don
Pancho.
“¿Pero cuánto fue el pase?”, pregunté. A esa altura, ya me
había olvidado que era la historia del goleador lo que yo había ido a buscar y
prácticamente mostraba los colmillos por el nuevo relato que había encontrado.
Además, en mi cabeza escuchaba, sin parar, la frase: “Nunca se vio en el mundo
una oferta así”. Sabía que me estaba exagerando, que Arquímedes tampoco era
Messi, pero la curiosidad me había invadido y sólo quería saber el resto de la
historia, esos detalles precisos que me llevarían a una buena historia para
llevar a mi jefe.
“Y… las discusiones eran en privado entre los presidentes”,
me dijo Don Pancho, como diciéndome algo que todo el mundo debía saber. “Aunque
a veces podíamos escuchar los gritos y en un par de ocasiones, salieron sillas
volando por las ventanas. Incluso, una vez hasta se fueron a los golpes, pero
para serle sincero nunca supimos las primeras ofertas. Sólo la final y desde ya
debo decirle, ninguno de nosotros la hubiera rechazado. Era una oferta
excelente y en medio de los festejos por los cincuenta años del club. Ninguno
la podía rechazar, lo de la Justicia no lo teníamos pensado y eso hasta le
costó tres infartos al presidente y dos días de cama, recetados por el médico
veterinario del pueblo”, me explicó, algo acongojado Don Pancho.
Me quedé mirándolo, en completo silencio, empujándolo a que
me dijera qué era eso que ningún dirigente o empleado del club pudiera
rechazar, hasta que finalmente entendió y me lo dijo.
“Como le expliqué antes, era una oferta nunca vista en el
mundo y era imposible de rechazar. Qué se yo… estaban los festejos del
aniversario y hacía falta plata para los festejos y ya habíamos rechazado
varios buenos ofrecimientos, según nos explicó el presidente y esa había que
aceptarla. Todos lo hubiéramos hecho”. Y sobrevinieron unos segundos de
silencio, y en una voz, casi inaudible, mientras abría unos ojos gigantes, como
de un chico que acaba de hacer su mejor travesura, me dijo: “Nos pagaron con un
lechón de 180 kilos por Arquímedes”.
Lo miré. No lo podía creer. Me sentía un estúpido. Yo
pensando en millones de pesos y el pase había sido por un animal. Ese era el
gran pase del año, por un… ¡lechón!. No lo podía creer.
Don Pancho debe haber notado mi enojo y decepción, porque se
acercó a mí, me abrazó y me dijo “m´hijo lo que pasa es que usted es de Ciudad.
Igual yo sé que tal vez exageré, más aún teniendo en cuenta que aún debemos
resolver lo de la Justicia, pero le aseguro que si usted hubiese comido de ese
lechón, también aplaudiría por vender a Arquímedes” y sonrió, para callar de
repente y acercarse a mí, como si quisiera decirme un secreto.
“¿Quiere qué le diga más? Arquímedes nos dijo que quería
irse, nosotros no queríamos dejarlo ir pero él insistía, pero una noche todo cambió y supimos
que no iba a poder jugar mucho tiempo más porque se había roto las rodillas. Por
eso lo vendimos a ese traidor, o usted se cree que realmente íbamos a venderle
a nuestro goleador al enemigo”, me dijo, sonriendo, mientras agarraba fuerte su
bastón y golpeaba con fuerza al aire, como si de repente se despertara en él un
recuerdo que le diera mucho placer, mientras se repetía a sí mismo: "sí... una noche todo cambió...".
No hay comentarios:
Publicar un comentario