Hubo un tiempo en que este blog fue usado para desahogarme, para escaparme de una realidad que me dolía. Esa realidad no existe hace mucho tiempo y el blog dejó de hablar de ella y quiso ser más alegre, más feliz.
Hace poco me enseñaron, y lo aprendí a las malas, que nada dura para siempre. Nunca quise creer en eso. Siempre fui más de soñar y así choqué contra muchas paredes, pero no me arrepiento de ninguna de ellas. Todas me dejaron algo, algunas marcas buenas y otras malas.
Pero cómo decía, aprendí que hay cosas que tienen vencimiento y este blog es una de ellas. En definitiva, hace un año que no es actualizado.
En cuanto a los dolores nuevos, a las alegrías reales y ficticias no serán transformadas en relatos. Esta vez se quedarán en mi cabeza y en algún relato oral contado a amigos alrededor de la mesa de una casa o de un bar.
Agradezco a todos los que alguna vez pasaron por acá, a los que lo hicieron más de una vez y aquellos que alguna vez me dieron críticas, malas o buenas. A aquellos que me inspiraron. A aquella persona que me dijo una vez que su hija le preguntó el porqué lloraba mientras leía uno de los cuentos y eso provocó muchas cosas en mí. En definitiva a todos los que están leyendo esta despedida.
Gracias por todo.
lunes, 25 de abril de 2016
lunes, 6 de julio de 2015
El partido de tu vida
No te pudiste aguantar. Siempre fuiste ansioso y por eso
estamos acá, en este hospital mientras vos
estás respirando con ayuda de una
máquina. Lo peor de todo es que siempre fuiste así, incluso desde antes de
nacer. Tenías fecha para llegar al principio del mundial, pero no. Nos
escuchaste tanto hablar de eso que llamábamos fútbol que no te bancaste la
espera y tuviste que salir un mes antes.
Lo curioso fue la forma en que te enamoraste de ese deporte.
Lo recuerdo como si fuera hoy. Fuimos con tu tío a comprar unas camisetas para
los demás sobrinos y vimos una chiquita, justo para vos. Te la dejaste poner
sin drama y hoy hasta juraría que sonreíste cuando la tuviste con vos. Aunque
quizás es solo la memoria que está jugando conmigo.
Igual, sería una linda idea la de verte riendo mientras los
demás insultábamos. Porque seguro que no entendías nada de qué era eso que nos
llevaba a gritar, a agarrarnos la cabeza, a sonreír y respirar cuando los
partidos terminaban y a querer llorar y estar solos cuando sonó el silbato en
aquella final.
Y hoy estamos acá igual que, hace poco más de un año, cuando
naciste. Y tal vez la culpa es nuestra. No sé, tres clásicos, volver a hablar
de la celeste y blanca por una copa menor, pero que igual queremos ganar. Y vos
también querés lo mismo. Y sé que no entendés mucho aún, pero te gusta ver la
pelota rodar y ver a ese enano que corre como si la tuviera atada a su pie. Y
todo eso te volvió a poner nervioso y como no podías volver a nacer, decidiste
buscar otra manera de llamar la atención y otra vez terminamos donde empezamos:
en el hospital, pero se te fue la mano. Perdón, pero se te fue la mano esta
vez.
No es una boludez que te diga esto. Hace más de diez días que
estás en una cama donde no te podemos ver. La primera noche me quedé con tu
mamá en la sala de espera. Poco después de medianoche nos dijeron que te
costaba respirar, que te conectaban al respirador. Y créeme que fue un momento
de mierda. Más teniendo en cuenta que siempre hemos visto series de médicos,
entonces cuando nos dijeron lo que hicieron con vos, quisimos llorar, pero
ninguno lo dijo. Yo evité mirar a tu madre, a mi hermana. Sabía que si la
miraba, ella se quebraría a llorar. En el fondo, tampoco quería que lo hiciera
ella, porque yo no estaba seguro de poder contenerme.
Y no te voy a mentir, no a vos. Me quebré varias veces. En
casa y cada vez que salía del hospital, mientras esperaba a alguien que me
mirara a los ojos y me dijera que todo iba a estar bien. Hasta prometí cosas y
gente que ni siquiera conozco me preguntaban todos los días por vos. Pero no,
el rebelde seguía empecinado en no salir de terapia intensiva.
Encima no te imaginás lo que es ver a tu madre salir llorando
y uno esperar la peor de las noticias, hasta que ves que sus lágrimas son
porque es tu vieja y lloraría aunque tuvieras solamente raspadas las rodillas.
Por si fuera poco, al tercer día vienen y nos dicen que te
aumentaron las dosis de las drogas porque te fallaban los riñones y eso
afectaba al corazón. Hacía mucho que no lloraba así y recorrí varias cuadras
desconsolado sin saber dónde ir.
Porque lo peor que hay en estos casos es la impotencia de no
poder hacer nada. De tenerte a vos, con tan solo un año, en una habitación a la
que no podemos acceder y los demás afuera. Y uno entra a rezarle a Dios, a
pedir que manden energías, vibras, fuerzas positivas y todo tipo de cosas en
las que uno no termina de creer, pero que en ese momento deseas que sean
ciertas y que funcionen, porque si no se va todo a la mierda.
Pero al cuarto día la maschereneaste, los remedios hicieron
efecto y los riñones volvieron a la normalidad. Seguías con respirador pero
algo en el aire había cambiado, porque todos estábamos más optimistas, mientras
vos estabas ahí, en el círculo central o en la cama. En definitiva era lo
mismo. Eras vos solo y los demás solo formábamos la hinchada, pero el partido
lo jugabas vos nada más y empezabas a demostrar querer ganarlo.
Y fue en ese momento que comenzaste a darlo vuelta. Que cada
informe decía que estabas un "poquito" mejor. No mucho, tampoco era
cuestión de ilusionarnos y que en el último minuto te lo dieran vuelta.
Mientras tanto tu hermano, tu primo y tu prima se entretenían
jugando a los penales. Les faltaba el cuarto para jugar un dos contra dos y
mierda, que te extrañaban. No había un día que no preguntaban por vos. Que
querían verte. Saber cómo estabas. Eran ellos y tu abuelo. Ese viejo que
revivió con tu llegada.
Y finalmente, como no podía ser de otra manera, entre tanto
optimismo, comenzamos a confiar más que nunca en tu triunfo. Se olía en el
ambiente. Los médicos ya sonreían antes de dar los informes. Ellos también
veían que ibas a ganar. Y lo hiciste.
Hace unos días me llegó un mensaje. "Pasó a sala
común". Ya estábamos en tiempo de descuento. El partido casi terminaba y
vos ya respirabas solo y estabas despierto. Lo ibas a ganar y todos lo
sabíamos.
Esa misma tarde salí apurado de casa a comprarte algo.
Después me fui al hospital a verte. No te había visto en dos semanas y sin
embargo, ahí estabas, sonriendo a pesar de todo.
Saqué de la bolsa, sin envolver, lo que había comprado y te
puse el regalo sobre el pecho. Ahí nomás la agarraste con tus pequeñas manos.
Era la 10 de Messi. De ese enano que vos admirabas a pesar de no entender nada
y volviste a sonreír.
Te miré fijamente, sabía que me querías decir algo. Todos lo
sentimos pero de tu boca no salió nada más que un balbuceo.
Te dieron el alta en medio de un partido de Argentina por la
copa América. Creo que te reías de habernos hecho salir de la casa en un
momento así, pero no nos importaba nada más que vos. Fue en el auto que te comencé
a mirar detenidamente. Algo en tus ojos había cambiado en estos días. En tus
gestos. Seguías teniendo un año, pero había algo diferente.
En medio de mis pensamientos, un grito de gol salió desde la
radio del auto. Era de Argentina y lo supe cuando otra vez te vi sonreír y
cerrar tu manito sobre la camiseta. Ahí entendí todo. Sabías que significaba el
grito y de alguna manera te habías enterado lo que pasaba fuera de la
habitación mientras estuviste internado. Viste a tus primos jugar al fútbol y
que necesitaban a uno más, a vos.
Nos viste llorar una y otra vez, caminar por
la sala de espera, comernos novelas brasileras en la madrugada y supe que el
partido no lo habías ganado solo por vos o por nosotros. Sino por todos, por
tus sueños y los nuestros. Por volver a ver ese circo llamado fútbol. Por jugar
por primera vez con tus primos y abrazarte con tu hermano en un festejo. Para
reírte de tus tíos en cada jugada. Para no rendirte nunca. Mientras caía en la
cuenta, me miraste y volviste a sonreír, como si leyeras mi mente. No pude
sostenerte la mirada y observé hacia afuera, mientras otra lágrima se fugaba,
pero esta vez era de felicidad. Habías ganado tu partido, pero también el
nuestro y lo habías hecho por goleada.
PD: Para Gaetano, un incansable luchador. También para Luciano, Thiago, Agos y Cadmiel.
viernes, 16 de enero de 2015
No sos vos, soy yo (por partida doble)
La visión de él
“Era algo increíble, en mi vida
había visto algo así. Te juro, no lo podía creer. Ver eso en una cancha, en un
partido bodrio en donde la mayor emoción era que pasara el cocacolero, porque
encima hacía un calor de mierda, te juro que fue algo hermoso”.
No entendíamos nada de lo que
decía el negro. Había llegado al bar con una sonrisa de oreja a oreja. Algo
raro en él, que no sonríe ni para las
fotos y ante la pregunta de qué carajo le pasaba, nos saltó con toda esa
ridiculez y nosotros, los boludos, seguíamos sin entender nada.
-
A ver negro, si el partido era un bodrio, ¿qué
fue lo hermoso?
-
Una mina, flaco, eso fue lo hermoso. ¿Viste que
yo siempre digo que la mina se puede clavar unas botas y una minifalda y
arrasar con todo, pero que siempre hay algo que puede superar esa combinación?
Bueno, sucedió. No hay cosa más linda que ver a una mina con una camiseta de
fútbol. Se los digo posta. Me enamoré en cuanto la vi.
-
Paremos negro, frená un poco. A ver si entendí
bien, vos viste una mina en una cancha, te gustó… hasta ahí vamos bien, pero
¿le hablaste?
-
Bueno, no…
-
Andá a cagar entonces, dijimos a coro los tres
que estábamos en la mesa.
-
No, paren un poco, porque la vi hace dos semanas
y no le hablé, pero después fui
averiguando quién era. Se llama Florencia, da clases en una secundaria.
Les juro que no se puede creer que esa mina, preciosa, que puteaba tanto en la
cancha sea también una profesora de pendejos adolescentes.
-
¿Bueno… pero hay algo más?, preguntó impaciente
el rata.
-
Sí, hace una semana volví a la cancha, me ubiqué
en el mismo sector para ver si la veía otra vez. No saben los nervios que pasé.
Faltaban cinco minutos y la mina no llegaba, empezó el partido e igual y yo me
había gastado plata del laburo para comprar la entrada, si estaba más seco que
el Sahara… por suerte la mina cayó como a la media hora. Cuando terminó el
primer tiempo, que todo el mundo se va a mear, me ubiqué al lado de ella. Todo
tenía un motivo, les estábamos cascoteando el rancho a los cordobeses y el gol
venía en cualquier momento y viste cómo es en una cancha, que hacemos el gol y
abrazamos a cualquiera, como cuando en la misa tenías que plantarle un beso a
la vieja que se te sentaba al lado, bueno igual.
-
Pero pará, si el partido lo ganaron los
cordobeses.
-
Sí, no me hagas acordar. Empezó el segundo
tiempo y yo no sé si los nuestros se vendieron, si ellos se doparon o qué, pero
era ver once ferraris contra once bicicletas. En quince minutos nos clavaron
tres y yo estaba más enojado aún porque me cagaban todo el plan que por el
partido. Lo raro fue que en un momento, a la mina la veo llorar y se me estrujó
el corazón. Le digo que es sólo un partido y todas esas frases que dicen los
antifútbol y la mina me pide perdón, me dice que no es solo por el partido, que
ha sido una mala semana y se intenta parar e irse. Ahí fue cuando la agarré, le
pedí que me contara, le hice unos chistes hasta que se empezó a reír y vieran
que linda sonrisa tenía, me quería morir ahí, en esa tribuna, con esa imagen en
la cabeza. Estaba tan ocupado en ella que ni siquiera vi la patada salvaje que
pegó el cinco nuestro y por la que le dieron como siete fechas.
-
Ah bueno, ¿tan linda es la mina?
-
Es de otro planeta, la única cagada es que fuera
del fútbol no sé de qué mierda hablarle. Qué se yo, la mina parece muy bocho y
yo lo más cerca que estuve de un libro, fuera de los de la facultad, fue cuando
vendí el manual de matemática para ir a la cancha en el secundario. Encima el
campeonato se termina en dos semanas. Algo tengo que hacer, no puedo perderla.
El negro dijo lo último con una
cara de tristeza que no le veíamos desde que la madre le encontró y le sacó las
revistas porno cuando tenía 15 años. Nos quedamos preocupados, callados, en el
fondo todos ya preparábamos el colchón para dos semanas después.
Así pasaron los catorce días y nos
juntamos porque sabíamos cómo se venía la mano. Para peor los leprosos habían
vuelto a perder y el negro cayó amargado por dos.
-
¿Negro que pasó?
-
Nada, se terminó el campeonato. No pude hacer
nada. Se me escapó. Era el partido de mi vida y se me perdió. No supe cómo
hacer para ganarlo.
Hay momentos en que no importa lo
que digamos, todo suena a pelotudez. Frases como “ya pasará”, “verás que todo
va a estar bien” y otras del mismo estilo suenan ridículas y más para el que
las recibe, por eso todos nos quedamos callados, hundiéndonos en cerveza
mientras el negro no soltaba el celular y media hora después de silencios
incómodos, de cervezas pasar y de charlas sin sentido, el negro sonrió por
primera vez en la noche y después se empezó a reir.
-
¿Qué te pasa pelotudo? Venís llorando y ahora te
reís solo, ¿ya te pusiste en pedo?
-
No boludos, ustedes no entienden nada. Me acabo de dar cuenta de algo. En un mes
empieza el campeonato otra vez. Acabo de revisar el fixture, las dos primeras
fechas son de local, es decir que si me saco el abono para todo el campeonato,
la veré esos dos días y ocho partidos más. No solo eso, tengo un mes para
prepararme. Para llegar de la mejor manera. Para hacer algo.
El negro no dejaba de sonreír y
nadie quiso contradecirlo. Tampoco encontramos con qué llevarle la contra y fue
el flaco el primero en hablar…
-
¿Negro, contra quien juegan el primer partido?
¿clases de qué da la mina? Mi hermana es una luz, quizá nos tira una idea para
que puedas hablar de algo más de fútbol.
-
Sì, negro, y sino mañana nos juntamos a ver el
Discovery, pasan unos programas que te dejan pensando todo el día, tiró
Mariano, envalentonado, y subiéndonos a todos al carro.
El negro a todo nos decía que sí,
incluso le sugerí que fuéramos a la biblioteca, que algo íbamos a encontrar que
le gustara, el flaco y Mariano armaron una agenda, ya nos habíamos entusiasmado
y el negro solo nos miraba y sonreía. Igual no importaba, todos sabíamos que en
su cabeza ya estaba pensando en su próximo partido, en Florencia y en las
revanchas que siempre da la vida.
La visión de ella
-
Lo quería matar a mi viejo. Hace meses que no lo
veía y en el único momento en qué
podíamos vernos, me dice de ir a la cancha,
que recordáramos viejos tiempos en que me llevaba a ver los partidos y me
enseñaba quienes eran los jugadores nuestros, los errores que cometíamos y todo
eso. Y tuve que ir porque me miró con cara de perro arrepentido, pero yo hacía
años que no pisaba una cancha.
-
Bueno Flor pero llegaste sin voz ayer.
-
Y sí Ana, si está bien que hace años no iba a la
cancha pero lo veía a mi viejo sufrir por su equipo y me ponía mal. Al
principio insultaba por hacerle el aguante, pero después insultaba sola, ya me
había superado la situación. Encima, ustedes no saben chicas, en un momento
siento una mirada atrás mío. Un flaco no me sacó al vista de encima durante
todo el partido.
-
¿Y? ¿era lindo? ¿cómo se llamaba?
-
Qué se yo cómo se llamaba, estábamos en una
cancha. Ni le hablé, solo un pelotudo baboso puede ir a una cancha y en lugar
de mirar el partido, quedarse viendo a una mina. Cada cosa en su lugar sino el
mundo se va a la mierda.
Flor era una cosa rara. Diría mi hermano, a quién le
he prohibido que la invite a salir, que es la mina ideal. Igual no se crean que
a mi hermano se lo prohíbo porque sea mala, sino porque Flor y yo somos amigas
desde los 12 años y ni siquiera haber estudiado cosas diferentes nos separaron
y no quisiera verla mal a ella por culpa del imbécil de mi hermano o al revés.
La cuestión es que él dice que es la mina ideal porque está la mayoría de las
veces de buen humor, le gusta el fútbol y juega a la play.
Habían pasado diez días desde la última vez que
estuvimos con Flor, pero esa noche teníamos la juntada con los del secundario,
que era la misma boludez de siempre porque en realidad nos veíamos varias veces
al mes, pero en estas reuniones caían tres o cuatro con los que sólo nos
juntábamos para la ocasión.
-
Ana, tengo que contarte algo, a vos también
Sofi. Ayer volví a ir a la cancha por culpa de mi viejo, que encima me dejó
plantada y me volví a encontrar al chabón de la otra vez.
-
¿Al que no te dejaba de mirar? No me digás que se
mandó cualquiera en la cancha porque averiguamos quien es y mando al Fran para
que le pegue.
Sofía se acababa de poner de novia con un cinturón
negro en Kung Fu, Karate o Reiki, o una de esas boludeces en donde la gente
tira patadas envueltas en una bata con un cinturón que según el color dice si
pega más o menos fuerte, y quería probarnos a todas que el pibe le podía pegar
a cualquiera y no quería dejar pasar la oportunidad.
-
Sí ese, pero mantené a tu novio atado, Sofi, que
no pasó nada.
-
¿Entonces?
-
Nada, fui, llegué tarde desesperada porque mi
viejo estaba en la cancha y cuando llego, me siento, me llega un mensaje
diciendo que estaba hasta las bolas con el laburo que no podía ir. Me quedé
viendo el partido. Al pedo, porque los del otro equipo iban ganando por goleada
y el flaco este en el entretiempo se había sentado al lado mío. En eso me llega
un mensaje de mi hermana, que el test le había salido positivo, que estaba
embarazada luego de intentarlo por años y me puse a llorar, como una boluda, en
medio de la tribuna.
-
Me imagino la situación, cómo no estaba ahí, la
puta madre.
-
No, lo peor fue que el flaco me ve llorar y se
creyó que era por el partido. Posta que me pareció un boludo tan tierno que
hasta me hizo reír.
-
¿Bueno y pasó algo?
-
No tarada, no me lo iba a llevar a mi casa.
Estuvimos hablando hasta que terminó el partido. Se llama Lautaro. Trabaja en
un negocio donde la verdad no entendí muy bien qué hace. Es lindo, pero no sé.
No me pidió un teléfono ni nada y yo tampoco lo hice, porque orgullo ante todo.
Por las dudas iré a la cancha en la última fecha a ver si se anima o si solo me
estoy enroscando de boluda nada más.
Creo que las dos semanas que pasaron hasta
encontrarme con Flor fueron interminables. Principalmente porque todos los días
hablábamos sobre “el hincha”, cómo lo habíamos apodado casi sin querer. Así que
la misma noche, después del partido, quedamos en juntarnos hasta que Flor cayó
con cara de amargada.
-
Eh boluda ¿Qué pasó?
-
Nada, perdimos y con el pibe creo que me
confundí.
-
¿Por?
-
Cero onda, siempre hablamos de fútbol,
comentarios de cancha solamente. Yo quería hablar de otras cosas pero la verdad
es que no quería quedar como muy nerd y de las cosas de su laburo no entendía
mucho. Encima había entendido cualquier cosa, el pibe es ingeniero, entonces me
hablaba de su trabajo y yo no entendía nada. Al final nos despedimos, un beso y
veremos si nos vemos por ahí.
-
Puta madre, ¿no hay otro partido? ¿otra forma de
verlo?
-
No, ya se terminó el campeonato, hasta dentro de
dos meses nada.
-
…
-
Sí, ya no sé, no digas nada. Solo que me
enrosqué, tenía ganas de intentar salir con alguien.
-
¿Y sí logramos cambiar eso?
-
¿Qué querés decir?
-
Eso. Tenemos dos meses para investigarlo, no te
vamos a hacer ingeniera pero mi hermano te puede dar unas nociones básicas,
solo tenés que evitar que te invite a salir. Averiguamos que le gusta, ya
sabemos de que trabaja y que le gusta el fútbol. Solo hay investigarlo, ver su Facebook, si
tiene twitter y ahí sabremos todo y en dos meses tendrás tema para hablar de
acá a un año, por lo menos. ¿Qué decís?
-
Mmm podría funcionar.
-
Listo, hecho. Lo hacemos. Dejá de tener tantas
dudas. Si sos vos la que siempre dice que la vida te da revanchas, entonces fabriquemos
una.
Y así lo hicimos.
PD: Para Noel, una de esas personas que siempre deben existir.
martes, 19 de agosto de 2014
El último en caer
I
De los viejos vicios uno nunca escapa y del pasado tampoco. Igual yo no quería escapar, al contrario, volví a buscarlo.
Hace un año me había retirado de los negocios con mis colegas. Bah, éramos casi como hermanos. Nos conocíamos desde los 18 y hoy, a los 35, no podíamos quejarnos. Éramos jueces, empresarios, legisladores, sindicalistas y nos ayudábamos mutuamente sin importarnos nada, ni nadie.
Al menos así era hasta hace un año, cuando conocí a Carina. Nos presentó un amigo en común y charla va, charla viene, terminamos en mi casa esa noche y fue solo la primera.
Pero éramos diferentes, ¿a quién se le ocurre enamorarse de una maestra jardinera? Pero así fue y me comencé a alejar de todo, incluso de los negocios y con ello, de mis colegas de la vida, de todos aquellos dispuestos a ir a la cárcel conmigo, porque en realidad era así, si caía uno de nosotros, caíamos todos, como si fuese un dominó.
Desde que el primero de nosotros, Agustín, tomó las riendas de la empresa del padre, todos nos vimos beneficiados. Comenzamos a ocupar lugares importantes, a hacer cosas que algunos dirían ilegales, o al menos turbias, y nuestras cuentas fueron creciendo. Desde ya les digo, el dinero no hace la felicidad, te crea la necesidad de tener más dinero y eso nos había pasado y yo había decidido volver a ese juego y por eso los convoqué a cenar a casa, aprovechando que Carina ya era parte del pasado.
II
- Pasen, dejen los abrigos en la habitación que tenemos que hablar.
El primero en sonreír fue Agustín. Éramos los mejores amigos desde que nos conocimos y fue el responsable de que yo me convirtiera en una especie de intermediario a la hora de los negocios. También era el culpable de que Sebastián hoy fuese juez y de haber pagado la candidatura de Pablo a legislador, cargo que ocupaba desde hace tres años y que había servido para que Agustín aumentara su poder. En el fondo, yo lo admiraba.
- ¿Es decir que vas a volver? Preguntó Pablo, sin dar tiempo a grandes discursos. Siempre fue así, muy directo.
- Sí, pero antes quiero saber cómo les ha ido sin mí, cuánto han ganado y qué cosas han hecho desde que me tomé este año sabático, dije, sonriendo, sin querer dar muchas explicaciones.
- Antes de todo eso, ¿lo de Carina está superado? ¿está todo bien?, consultó Sebastián, haciendo una pregunta que todos querían hacer y que yo esperaba.
- Sí, lo de Carina ya está, fue un accidente. Me costó darme cuenta, pero ella estaba en el lugar y momento equivocado y seguir con su muerte, significaba que se destaparan muchas cosas que no convenían a nadie.
Todos callaron.
III
Carina había aparecido cuando menos la esperaba. Me enamoré perdidamente de ella. Tal vez porque era todo lo que yo no. Si a Agustín le admiraba lo inteligente que era para acumular poder y dinero, a Carina le admiraba su nobleza, honestidad y humildad, y me propuse ser digno de ella, fue en ese momento cuando me alejé de los negocios.
No lo niego, iba todo muy bien hasta esa mañana. Ella iba camino al trabajo y el puente por el que cruzaba en su auto se desmoronó. Estuvo atrapada en el coche a punto de caer durante diez minutos. Lo último que vio fue a un bombero corriendo a su encuentro. Ni siquiera estuve ahí. Ya pasaron varios meses de aquel día.
IV
La cena fue tranquila. Los negocios habían prosperado a pesar de mi ausencia. Agustín era más rico que nunca. Pablo lo había ayudado desde su banca a quedarse con algunos negocios. Sebastián, nuestro juez, lo había salvado de varias demandas y Cristian, el sindicalista, había hecho callar a todo aquel empleado que quisiera levantar la voz en sus empresas. No había duda, la maquinaria que habíamos creado era perfecta y funcionaba sola.
Por supuesto, si a Agustín le iba bien a los demás también y así todo el mundo contento.
- ¿Y con la rubia que pasó?, interrogó Pablo a Cristian
- ¿Qué rubia?, pregunté, ignorante de todo.
- Nada, el pelotudo este embarazó a la secretaria, en un robo la golpearon y abortó, pero la mina insiste en que los negros fueron mandados por Cristian, explicó Sebastián, que hacía alarde de saber de la investigación.
- ¿Y es verdad eso?, pregunté a Cristian.
- No hay pruebas de eso, respondió el boludo, dando a entender que la mina decía la verdad pero que eso no iba a prosperar. Desde la otra punta de la mesa, Sebastián asentía, orgulloso de haber sido él la persona que se encargara de eso desde su lugar de juez.
V
- Igual Cristian no es el primero que se la manda, Alejandro también tiene la suya.
Pablo sabía de lo que hablaba. Hace unos años yo había atropellado, borracho, a una adolescente cuando esta iba a la escuela. Venía de celebrar el cierre de un contrato y no la vi. De hecho, me di cuenta cuando un policía me golpeó para despabilarme.
Logramos mantenerlo oculto pero la madre no quería negociar. Se dio que Sebastián fue el juez de la causa y Agustín era el dueño de la empresa donde laburaba la mujer. Entre ambos la forzaron a aceptar un acuerdo y yo me salvé. Hasta esta noche, hacía mucho tiempo que no recordaba ese episodio. Un fantasma más que tenía en mi colección.
A partir de ese momento, todos nos habíamos colaborado. El mismo Pablo tenía denuncias por corrupción, al igual que Sebastián. Agustín ya tenía fama de estar involucrado en cada negocio turbio que existiese y yo había ayudado en todos y había sido ayudado por todos. Porque en definitiva, es fácil ser amigo en las buenas, pero en las malas es donde se complica y nosotros éramos especialistas en “arreglar” nuestros errores.
VI
- Bueno, hablemos de negocios, la cena estuvo muy buena, pero charlemos de tu regreso, sostuvo Agustín, casi como si fuese una orden.
- Dale,- le sonreí- , vamos al living que ahí estaremos más cómodos, mientras me dirigía a un mueble a sacar copas y vinos.
No puedo decir que la idea del regreso me resultaba fácil, tenía muchas dudas de hacerlo y tal vez, algo de temor, pero sabía que era necesario y que ya era hora de cerrar el trato.
Al mismo tiempo, sabía que ellos estaban nerviosos o preocupados por mi actuar tras lo ocurrido con Carina, y les quería mostrar que era el mismo de siempre, o esa la intención.
VII
El primero en caer fue Sebastián. No duró más de veinte minutos en la sala. Quizá se debió a que era el que más tomaba. Luego lo siguieron Cristian y Pablo. Agustín me miraba sin entender nada, intentaba ir a ayudar a los demás pero ya casi no tenía fuerzas, fue ahí que entendió parte de lo que estaba pasando y me miró.
Le sonreí. No quedaba mucho tiempo, pero sentí que le debía una explicación.
- ¿Te acordás de Carina, de cuánto cambié por ella y de cómo me decías que la gente no cambia? Tenías razón, sigo siendo uno de ustedes, no cambié. El puente de donde cayó lo construyó una de tus empresas, estaba mal hecho y junto con Cristian callamos a todos los empleados que quisieron denunciarlo. Pablo fue el que te consiguió la licitación y Sebastián el que se encargó de dormir cualquier reclamo judicial. Entre todos la matamos.
- ¿Qué has hecho Ale?, me miró, con sus ojos azules, y con una mezcla de enojo e incomprensión.
- Hacer un último negocio, juntos, como siempre, como les dije. A ellos les queda poco tiempo, le dije señalando con un gesto a los demás. A vos te serví un poco menos, pero los vas a acompañar en unos minutos, sólo quería hablar un poco antes del final.
- Pero …
- Sé lo que estás pensando. Cómo ocultaré que fui yo el que los envenenó. No tengo ninguna intención de hacerlo. Como dije recién, yo también fui cómplice en la muerte de Carina. Yo también soy malo, le señalé, mientras llenaba mi copa, y sonreía, antes de tomar un último sorbo.
“Ya no hay duda y entendieron, copas rotas por el suelo, hoy la muerte va a venir y el diario saldrá diciendo del horror que ha sucedido y que el veneno era así lento, suave, letal…”
martes, 8 de abril de 2014
Un adiós mundial
“A su abuelo le quedan seis meses de vida”. Hay momentos que uno recuerda siempre y yo, apenas escuché a mi vieja decir que mi abuelo se moría, sabía que ese sería uno de esos momentos. Lo que no entendía era porque mi vieja había usado la frase “su abuelo”, en lugar de decir “mi papá”. Era como si se quisiera despegar del dolor de ver al tipo que la crió, partir y nos tirara toda esa tristeza a mi hermana y a mí.
En aquel momento yo era mucho más chico que ahora, bueno, siete meses más chico, pero en ese tiempo había pasado de tener 15 a tener 16 y esa edad, no sé por qué, me hacía sentir mayor.
Mi hermana, en cambio tenía 20. Esa diferencia de edad siempre, toda la vida, fue una mierda. De chicos, mis viejos nos dejaban solos y ella quedaba al mando y yo me tenía que aguantar que me mandara a comprar mientras ella jugaba con sus amigas. Pero de grande es peor, porque no sólo seguía quedando al mando, sino que también me debía bancar que mis amigos la miraran y que ella se hiciera la linda para hacerme enojar y desde que descubrió que un escote siempre gana, todo se había vuelto peor.
Esa noche no pude dormir. La frase de mi vieja volvía todo el tiempo a mi cabeza. Lo peor es que quería llorar y no podía. Mi abuelo me había enseñado las cosas más importantes de mi vida. De que el helado de limón no lo quiere nadie, pero es porque no entienden lo exquisito que es; que el cacao sabe mejor cuando lo comes a escondidas; que las papitas de copetín saben mejor convertidas en sanguchito y que el fútbol es una de las cosas más hermosas que el Barba creó en este mundo, junto a las mujeres, algo que había comenzado a descubrir en el último tiempo, aunque sólo teóricamente. Pero de todo eso, lo más importante para él y para mí, era el fútbol.
Mi papá se había separado de mi mamá cuando yo tenía diez años y se había mudado a Santa Cruz, donde tenía otra familia, por lo que lo veía unas cuatro veces al año, con suerte. Desde ese momento, mi abuelo se había convertido en mi figura paterna y con él, había aprendido que yo podía atajar bien, a tomarle el tiempo a los delanteros y que jugar de ocho es una de las mejores sensaciones que tuve, pero también había otra cosa.
Él siempre decía que para mirar el fútbol, uno debe verlo con sus propios ojos en la cancha, para disfrutar del césped, de las camisetas, de las hinchadas o por radio, donde los relatores provocan que el partido más aburrido se sienta como si fuese una final del mundo y te hacen tener nervios hasta en los laterales. Al principio no le compartía eso de la radio, teniendo la televisión, hasta que en los últimos años comenzaron a salir campeones equipos como Arsenal y Banfield jugando un fútbol muy aburrido, entonces ahí le agarré el gustito a la radio, porque allí todos jugaban como el Barcelona, la Argentina del 86 o España del 2010.
II
Habían pasado tres meses desde que mi vieja llegó con la noticia. Juro que había días en que parecía imposible que el viejo tuviera una cuenta regresiva sobre él, pero así era y ni mi hermana, Agustina, ni yo, nos lo podíamos sacar de la cabeza.
Fue en uno de esos días que cayó el negro. Ignacio, tal cómo se llamaba era dos años mayor que yo y si bien me lo confesó tiempo después, se hizo amigo mío para levantarse a mi hermana, algo que nunca logró, pero las amistades, al igual que la vida, tiene caminos muy extraños.
El negro no sabía nada, pero cuando lo vio caminar a mi abuelo con dificultad se me vino al humo.
- ¿Loco, qué le pasa?
- Se muere, le solté y ahí nomás, antes de que me dijera algo le agregué: cuatro meses le quedan.
No lo podía creer. Desde hacía un par de años con el negro éramos inseparables, incluso ahora que estaba ayudando al tío con una radio, él siempre se las arreglaba para venir a casa casi todos los días y en las últimas semanas se había ausentado, por lo que tomó de sorpresa y no sabía que decir, por lo que inmediatamente comenzamos a contar historias que no habían transcurrido hacía tanto pero que habían tenido a mi abuelo ayudándonos en todas las cagadas que nos mandábamos.
- Estamos hablando cómo si ya estuviera muerto.
No alcancé a terminar el comentario que me arrepentí. A esa altura, Agustina se nos había unido y por primera vez en semanas la veía reírse con nuestras anécdotas hasta que mi comentario hizo que en el aire se olfateara un sentimiento de amargura.
Pero fue lo que vino después porque no entendimos nada. Llevábamos tres minutos envueltos en un silencio sepulcral cuando el negro se levantó cómo si lo hubiese atacado un ejército de hormigas carnívoras.
- ¿Qué te pasa Negro?
- Ehhh, no nada, mirá me tengo que ir, acabo de recordar algo pero mañana vengo a la misma hora. ¡No te vayas a ir!
Ese “no te vayas a ir” me dejó desconcertado, porque fue en tono de orden. Agustina, que entendía menos que yo, lo dejó pasar, total el otro era amigo mío y su locura debía bancármela yo.
Llegó hasta la puerta, se volvió, le dijo algo a mi abuelo, me miró, guiño y se fue y me dejó ahí parado el muy pelotudo, preguntándome qué le pasaba por su cabeza.
III
- Escuchá, ese es Víctor Hugo. ¿Viste cómo se te pone la piel de gallina? ¿Viste el sentimiento que transmite cuando le dice a Maradona barrilete cósmico, cómo se le quiebra la voz cuándo le agradece a Dios? Y Víctor Hugo es uruguayo. A eso me refiero cuándo hablo de los relatores de radio, ¿entendés Alejandro? Vos no habías nacido, pero ese relato no lo podrás olvidar jamás.
IV
- Estás loco negro, es imposible.
El negro había vuelto, tal como había prometido, y no había dejado de hablar en los veinte minutos que llevaba en la casa. Lo primero que hizo fue llamarme a los gritos y conducirme a mi propia habitación para contarme su plan.
- Ale, tenemos todo para hacerlo y con lo que menos contamos es tiempo. Sé que será complicado, pero la parte técnica la tenemos sólo hay que pulir un poco la idea.
- ¿Pulir? ¿Sabés cuánta gente necesitamos para hacer lo que me estás diciendo? Y eso sin contar que nadie debe decir nada, que hay que convencer a mi vieja, a mis tíos, es un quilombo… es imposible de hacer, olvídate.
- De tu vieja me encargo yo a su debido momento.
Me dijo eso y noté que le dijera lo que le dijera, el negro quería llevar su plan adelante y hasta que no fracasara no iba a parar. Intenté un último intento para frenarlo y me paró en seco.
- ¿Te acordás aquella vez en la escuela, cuando rompí el vidrio y si mis viejos se enteraban me iban a matar y tu abuelo se hizo pasar por el mío y se bancó que le dijeran todas las pelotudeces que yo hacía? Bueno, se la debo, por eso quiero hacerlo.
Me quedé mudo, no supe que contestar. El negro no era muy de recordar lo que se hacía por él y menos de ponerse sentimental, así que me callé y aguardé, con la esperanza de que se cansara de su plan y con el paso de los días se rindiera.
V
Pasaron dos semanas desde que el Negro había venido a mi casa con su idea y a mi abuelo ya sólo le quedaba dos meses, cuando empezaron los problemas
- Ya está todo listo, ahora toca tu parte. Incluso ya hablé con tu vieja y tu hermana y no se van a meter. Así que depende de vos.
“Depende de vos”. Antes dije que hay frases que quedan en la memoria, pero ésta en especial me hizo reír y querer cagarlo a trompadas.
La parte que a mí me tocaba del plan era una de las más complicadas. Se trataba de engañar a mi abuelo, y si bien no era complicado, me molestaba hacerlo. Debía hacerle creer que era otro tiempo, que no estábamos en abril, sino que en mayo. En otras palabras, aprovecharme de su débil memoria y hacerlo confundir, a él, al tipo que prácticamente me había legado lo más importante que tenía en mi vida.
Pero que mi vieja lo apoyara al negro fue lo que me terminó de convencer. Bah, en realidad fue que si yo no lo hacía, lo haría él y eso sería peor, porque así como era de tener locuras, también era conocido su poco tacto a la hora de manejarse.
VI
- Argentina debe ganar el mundial, Ale
- Y sí, sino nos matamos abuelo…
- No, no por eso. Al fútbol le falta la magia del 10. España salió campeón con un gran equipo, pero los hábiles, los que se sacan tres jugadores en un metro cuadrado casi ya no vienen. Si Argentina sale campeón será por Messi y otra vez ese tipo de jugadores serán importantes, como cuando estaban Maradona y Platini, Baggio, Valderrama. Hacen falta aquellos que aman el fútbol y se divierten. Hace falta magia…
VII
Los siguientes días fue un quilombo mi casa y hacer que el abuelo no se diera cuenta lo que se venía era una tarea que nos llevaba todo el día.
Lo primero fue suspender que nos trajeran el diario. Para eso adujimos que había paro de canillitas.
Lo segundo fue empezar a leerle noticias de internet. Ahí aprovechábamos que el viejo no quería saber nada con la computadora, entonces no corríamos el riesgo de que sin querer descubriera el plan pergeñado por el negro.
Lo tercero era también evitar que los vecinos hablaran o él se diera cuenta de que llevábamos una semana confundiéndolo con que ya casi estábamos en junio, hasta que logramos convencerlo, pero lo que vi ese último domingo de abril (mayo en nuestra realidad alternativa no me lo esperaba).
Salí ese domingo a la calle, había perdido el sorteo de ir a comprar las facturas con mi hermana y me encontré toda la cuadra adornada con banderas argentinas de los dos lados, hasta dos niñitos jugando al fútbol contra su portón con las camisetas de la selección puestas y fantaseando que ambos eran Messi.
En eso sale mi vecina, de 17 años, y que no me hablaba desde que su cuerpo comenzó a tomar formar y yo me quedaba como bobo viéndola y me dijo: “en casa estamos todos hablando de lo que ustedes idearon. Es muy lindo lo que hacés por tu abuelo”, me dio un beso en la mejilla y se fue, dejándome cómo un tarado en potencia que sólo atinó a decir “gracias”, y que aún hoy no sé si realmente lo dije o me lo imaginé.
Después de ese beso, para mí yo era Messi y también supe que ya no había marcha atrás. El plan debía salir a la perfección y me asombré de la capacidad del Negro para no sólo convencerme a mí, sino también a toda la cuadra de que vivíamos un mes adelantado del resto del mundo.
VIII
- ¿Seguro tu abuelo no ve televisión? Mirá que eso es clave.
- Posta, su vida pasa por la radio y ahora por lo que nosotros le leemos de internet.
- ¿Se lo creyó?
- Sí, negro, hasta ahora se ha creído todo. Cree que ya estamos a unos días. ¿Cómo vas a hacer con el tema del partido?
- Lo tengo todo listo. Vos pónele la emisora que te dije. El Pablo, que es el locutor, ya viene adelantando un especial. Le encantó la idea y hasta armó un concurso para sacar algún beneficio propio, así que viene todo de diez. Hasta móviles dentro de la cancha tendremos.
Tenía razón el negro. Que mi abuelo no viera televisión era clave. El resto de las cosas podíamos medianamente controlarlas, pero la televisión no. Creo que fue la primera vez en mucho tiempo que agradecí que no le gustara ver los partidos por la caja boba y amara escucharlos. El plan iba llegando a quizá la etapa más complicada. El mundial estaba encima de nosotros.
IX
- ¿Alejandro te acordás el primer mundial que escuchamos juntos?
- Sí abuelo, el del 2006, yo era chico.
- Siempre quise festejar con vos un mundial, pero nunca pasamos de cuartos.
- Yo también. Este mundial será nuestro, ya verás.
- …
- …
- Espero llegar.
- Eh viejo, vas a llegar, es una promesa.
X
Y llegó nuestro 15 de junio (para el mundo real aún faltaba un mes), pero para nosotros ese día jugaban Argentina- Bosnia y era el debut de nuestro mundial ficticio, el punto en el que el plan podía irse a la mierda si algo salía mal, si mi abuelo se daba cuenta de la trampa o si la transmisión de la radio se cortaba.
- ¿El Pablo está listo?
- Sí, está listo y es la quinta vez que te lo digo. Hasta los vecinos están avisados, no te preocupés que todo va a salir bien.
Cómo para no preocuparme. El negro había ideado un plan donde adelantábamos un mes el mundial, donde estaba complotada mi familia y mis vecinos, todo para que mi abuelo tuviese otro final.
Lo peor es que yo no podía estar detrás del plan, ya que debía estar con el viejo escuchando el partido, a través una radio donde el relator era Pablo, un amigo del negro y dos flacos más que ni siquiera conocía, pero que se habían prendido porque Pablo ideó una especie de juego en donde los oyentes debían acertar cómo salía el partido, quién lo ganaba y a través de eso, todo el mundo ganaba algo.
Admito que Pablo relataba bien y que lo había armado bastante bien. Por suerte, los otros dos pibes sólo se dedicaban a comentar alguna jugada del partido, ya que a último momento los logramos convencer de que no intentaran imitar a los jugadores haciendo notas de mentira.
A los 18 minutos del primer tiempo hubo un tiro libre para Argentina. No sé por qué, sabiendo que todo era mentira, ese disparo de Messi clavándose en el ángulo lo pude ver en mi cabeza cómo si realmente estuviese pasando, pero no fui el único. Lo grité con todas mis fuerzas pero mis vecinos también. Lo miré al negro que inspeccionaba todo desde detrás de la puerta. Toda la cuadra escuchaba la misma radio, el hijo de puta no había dejado nada al azar y no pude más que mirarlo con admiración.
A los 25 del segundo tiempo fue la primera vez que casi echamos a perder todo. El Pablo envalentonado con un 3 a 0, hizo que Marcos Rojo saliera gambeteando desde atrás, dejara a uno, a dos, a tres en el camino y la clavara en el ángulo. ¡Sí, Marcos Rojo!
Mi abuelo entró a sospechar y lo miré al negro con ganas de matarlo. Porque si era Messi, Agüero y hasta Di María, vaya y pase, pero Rojo que no puede gambetear ni un árbol en el parque era demasiado fantasioso.
Por suerte, Pablo vio el mensaje de WhatsApp en el medio de su grito de gol y corrigió el relato, asegurando que era Messi el autor de tal jugada. Esa misma noche nos iba a explicar que “su error” fue porque es fanático de Estudiantes y que se dejó llevar por la euforia. En tanto, mi abuelo se lo creyó y sólo pegó una puteada a los relatores que no ven nada y se confunden de jugadores.
La primera prueba había pasado y Argentina ya tenía su primer triunfo en el mundial. La cuadra estaba de fiesta y creo que si alguien ajeno al plan hubiese pasado ese día por ahí, habría pedido manicomio para todos.
X
- Tres goles hizo, te dije Alejandro, la magia existe.
- Sí, pero ahora se viene Irán y hay que ganarles para llegar tranquilos contra Nigeria.
- A Nigeria los tenemos de hijos, llegamos a octavos y ahí empieza nuestro verdadero mundial.
XI
La primera ronda se pasó fácil. 4 a 0 a Bosnia, 4 a 1 a Irán y 1 a 0 contra Nigeria. Argentina ya estaba en octavos de final y nosotros agotados.
Mi hermana ya estaba cansada de seguirnos la corriente y si lo hacía era porque también era su abuelo. Mi vieja todos los días se olvidaba del plan y teníamos que callarla o corregir sus metidas de pata. A mis vecinos no podíamos controlarlos y mi abuelo nos seguía creyendo pero su salud cada vez empeoraba más y casi ya no salía de la cama y menos aún de la casa.
Si bien eso nos quitaba el problema de los vecinos de encima, a nosotros nos partía el alma, pero el viejo siempre nos sacaba una sonrisa de vaya a saber dónde y todos sabíamos que no podíamos renunciar por más trabajo que nos costara.
Y ya era 1 de julio en nuestra fantasía y Argentina jugaba los octavos contra Suiza y yo no podía disimular mis nervios, mis ganas de gritar que paráramos con la farsa que no aguantaba más, pero que menos soportaba verlo al padre de mi vieja tirado en la cama, haciendo fuerzas para escuchar el partido en la radio, mientras nosotros, porque Agustina se nos había unido a la hora de los partidos, luchábamos para no llorar.
Ese día Argentina venció 2 a 0 a Suiza, en un partido discreto, pero que salió tal cuál se lo habíamos pedido a Pablo. A esa altura, el negro prácticamente vivía en mi casa y era el único con fuerzas para realmente seguir con el acto de ilusionismo que él mismo había ideado.
XII
- Alejandro, cuándo yo ya no esté, vas a tener que cuidar de tu mamá y de tu hermana, serás el único hombre de la familia.
- Abuelo dejá de joder que no te vas a ir a ningún lado.
- No, yo estoy viejo, enfermo pero no soy tonto. Sé lo que dijeron los médicos.
XIII
Cuando Argentina estaba en semifinales todo era como un sueño. En la cuadra, mis vecinos vivían una euforia increíble y a veces pasaban a visitarnos sólo para sentirse más partícipes del engaño.
Mi abuelo dormía o hablaba con Agustina y conmigo, dándonos todo el tiempo consejos de cómo debíamos portarnos cuándo él ya no estuviese para cuidarnos. Claramente era una situación de mierda, pero ni a mi hermana ni a mí nos daba para callarlo, ya que ninguno sabía cómo curarlo de esa muerte que parecía acercarse cada vez más.
De hecho, en los últimos días, su situación se había agravado y por momentos no nos reconocía o peor aún, se confundía de fecha y no sobre la real, sino que retrocedía años atrás.
Con ese cuadro de situación, fue que Argentina jugó uno de los mejores partidos en todo el mundial y con dos goles de Higuaín y uno de Messi, le ganó a España 3 a 1, pero en la casa no había mucha euforia.
Ese día mi abuelo estaba más decaído que de costumbre, escuchó a Pablo relatar el partido en silencio, hizo un comentario sobre cómo había mejorado a la hora de relatar y sólo atinó a hacer una pequeña sonrisa cuando el árbitro, o mejor dicho Pablo, dio por terminado el partido. Argentina llegaba a la final, la primera en 28 años y mi abuelo también se acercaba a su último partido. Esa noche me dormí llorando.
XIV
13 de julio en nuestro mundo, 13 de junio en el real. Finalmente llegaba nuestra final y cómo no podía ser de otra manera, era contra Brasil, porque si toda la historia es una fantasía, en la nuestra esa era la final soñada.
Tanto el negro como yo habíamos escuchado la historia del “maracanazo” de la boca de mi abuelo, de aquel 2 a 1 con el que los uruguayos vencieron a 200.000 brasileños en una final de copa del mundo, y en nuestro sueño, Argentina repetía aquella hazaña.
Esa mañana fue anormal teniendo en cuenta lo que habían sido los anteriores. Mi abuelo estaba de humor e impaciente porque a las 16 era la gran final y nosotros, nerviosos porque nuestro plan llegaba a su fin. Llevábamos un mes engañándolo, le habíamos regalado un mundial que en el mundo afuera de nuestra cuadra recién empezaba, pero que casi ya no nos importaba.
Esa tarde nos sentamos los dos en el living. Agustina estaba demasiado nerviosa y explicó que se iba a estudiar a su habitación, porque rendía en unos días. Todo era como antes.
Y casi como un calco de aquella vieja final, al comienzo del segundo tiempo, Brasil se ponía 1 a 0 con gol de Neymar, pero el viejo sonreía. Algo dentro suyo sabía cómo debían darse las cosas y a mí ya no me importaba si la final existía realmente o no, sólo disfrutaba de verlo tranquilo y feliz.
Y así fue porque a los 25, Pablo inventó una jugada maradoniana, Messi se limpió a dos al borde del área y se la picó al arquero. 1 a 1 y a ver qué sucede.
Y lo que sucedió fue que Agüero se escapó de su marca y de volea le pegó al arco faltando sólo dos minutos, el arquero vuela, Messi y los demás observan cómo la pelota se dirige a su destino inexorable que es dentro del arco, ven como el arquero roza el fútbol con dos dedos, cómo ésta se desvía apenas pero lo suficiente para reventar el palo, pero hay uno que no se queda viendo y se arroja al suelo, es Higuaín, el goleador con olfato para saber de antemano para donde iba a rebotar la pelota y cuando el partido está por terminar, se escucha un grito de gol u once, en medio del silencio de 200 mil brasileños.
Al lado mío, mi abuelo también lo grita y me abraza. No lo puede creer. Argentina gana 2 a 1 y está saliendo campeón. El mismo grito se replica en las casas de alrededor, que cómo no podía ser de otra manera, no querían perderse esa final ficticia.
Los últimos minutos fueron de nervios y muy reales. Quería que Pablo lo terminara, le mandaba mensajes al negro, pero era interminable el partido y de repente terminó. Dos segundos de silencio y la cuadra volvió a explotar en gritos y con ella mi casa.
Cuando dejé de gritar y festejar lo miré a mi abuelo, que se había quedado paralizado mirándome. Me abrió los brazos, y mientras me decía: “Te lo dije Ale, íbamos a salir campeones. La magia aún existe”, yo no soporté más toda la angustia cargada y me largué a llorar como cuando tenía 8 años y me caía de la bicicleta y corría hacia él, cómo si esa fuera la fórmula mágica para curar cualquier dolor.
En medio del abrazo, sentí otra persona que se nos unía. Era Agustina. No había aguantado el encierro y sin que me diera cuenta, había escuchado los últimos minutos parada en la puerta del living. Tampoco pudo evitar llorar y se nos unió en un abrazo en donde uno, mi abuelo, lloraba de alegría y los otros dividíamos lágrimas por verlo feliz pero también porque no dejábamos de pensar en lo que se venía.
XV
- Ale te debo confesar algo
- ¿Qué pasó Negro?
- ¿Te acordás cuándo nos hicimos amigos? Bueno… yo me acerqué a vos por la Agus.
- …
- En serio, no me mirés así.
- ¿Y pasó algo?
- No, nunca me dio bola así que nunca le dije nada y después se me pasó.
- Ah, ok.
- Ok.
XVI
Dos días después de aquella final, mi abuelo finalmente falleció. Lo sepultamos el mismo día. Esa tarde en el cementerio no faltó nadie. Ni siquiera Pablo y sus dos comentaristas, a quiénes abracé, les agradecí y les prometí un asado o algo, por todo lo que hicieron. Mi vecina también estaba ahí y me saludó desde lejos, con una sonrisa triste que devolví y agradecí, porque no me encontraba en condiciones de mantener una postura valiente en ese momento.
El negro lloraba con nosotros, como un nieto más, como si fuera otro hijo de mi vieja y Agustina no se separaba de mí.
Mientras volvíamos y mi vieja manejaba el auto, recordé que el verdadero mundial había empezado, miré la hora y deduje que Argentina debía estar jugando sus últimos minutos contra Bosnia, por lo que puse la radio justo para escuchar un gol.
No sabíamos de quién había sido, hasta que el relator dijo que era de Messi, que era de Argentina. Sonreí. Un minuto después, el mismo periodista nos confirmó que era el 4 a 0. Miré al negro y me devolvió la misma sonrisa que tenía yo y que Agustina también tenía dibujada en su rostro. Miré hacia el cielo y volví a sonreír. Era demasiada casualidad.
En aquel momento yo era mucho más chico que ahora, bueno, siete meses más chico, pero en ese tiempo había pasado de tener 15 a tener 16 y esa edad, no sé por qué, me hacía sentir mayor.
Mi hermana, en cambio tenía 20. Esa diferencia de edad siempre, toda la vida, fue una mierda. De chicos, mis viejos nos dejaban solos y ella quedaba al mando y yo me tenía que aguantar que me mandara a comprar mientras ella jugaba con sus amigas. Pero de grande es peor, porque no sólo seguía quedando al mando, sino que también me debía bancar que mis amigos la miraran y que ella se hiciera la linda para hacerme enojar y desde que descubrió que un escote siempre gana, todo se había vuelto peor.
Esa noche no pude dormir. La frase de mi vieja volvía todo el tiempo a mi cabeza. Lo peor es que quería llorar y no podía. Mi abuelo me había enseñado las cosas más importantes de mi vida. De que el helado de limón no lo quiere nadie, pero es porque no entienden lo exquisito que es; que el cacao sabe mejor cuando lo comes a escondidas; que las papitas de copetín saben mejor convertidas en sanguchito y que el fútbol es una de las cosas más hermosas que el Barba creó en este mundo, junto a las mujeres, algo que había comenzado a descubrir en el último tiempo, aunque sólo teóricamente. Pero de todo eso, lo más importante para él y para mí, era el fútbol.
Mi papá se había separado de mi mamá cuando yo tenía diez años y se había mudado a Santa Cruz, donde tenía otra familia, por lo que lo veía unas cuatro veces al año, con suerte. Desde ese momento, mi abuelo se había convertido en mi figura paterna y con él, había aprendido que yo podía atajar bien, a tomarle el tiempo a los delanteros y que jugar de ocho es una de las mejores sensaciones que tuve, pero también había otra cosa.
Él siempre decía que para mirar el fútbol, uno debe verlo con sus propios ojos en la cancha, para disfrutar del césped, de las camisetas, de las hinchadas o por radio, donde los relatores provocan que el partido más aburrido se sienta como si fuese una final del mundo y te hacen tener nervios hasta en los laterales. Al principio no le compartía eso de la radio, teniendo la televisión, hasta que en los últimos años comenzaron a salir campeones equipos como Arsenal y Banfield jugando un fútbol muy aburrido, entonces ahí le agarré el gustito a la radio, porque allí todos jugaban como el Barcelona, la Argentina del 86 o España del 2010.
II
Habían pasado tres meses desde que mi vieja llegó con la noticia. Juro que había días en que parecía imposible que el viejo tuviera una cuenta regresiva sobre él, pero así era y ni mi hermana, Agustina, ni yo, nos lo podíamos sacar de la cabeza.
Fue en uno de esos días que cayó el negro. Ignacio, tal cómo se llamaba era dos años mayor que yo y si bien me lo confesó tiempo después, se hizo amigo mío para levantarse a mi hermana, algo que nunca logró, pero las amistades, al igual que la vida, tiene caminos muy extraños.
El negro no sabía nada, pero cuando lo vio caminar a mi abuelo con dificultad se me vino al humo.
- ¿Loco, qué le pasa?
- Se muere, le solté y ahí nomás, antes de que me dijera algo le agregué: cuatro meses le quedan.
No lo podía creer. Desde hacía un par de años con el negro éramos inseparables, incluso ahora que estaba ayudando al tío con una radio, él siempre se las arreglaba para venir a casa casi todos los días y en las últimas semanas se había ausentado, por lo que tomó de sorpresa y no sabía que decir, por lo que inmediatamente comenzamos a contar historias que no habían transcurrido hacía tanto pero que habían tenido a mi abuelo ayudándonos en todas las cagadas que nos mandábamos.
- Estamos hablando cómo si ya estuviera muerto.
No alcancé a terminar el comentario que me arrepentí. A esa altura, Agustina se nos había unido y por primera vez en semanas la veía reírse con nuestras anécdotas hasta que mi comentario hizo que en el aire se olfateara un sentimiento de amargura.
Pero fue lo que vino después porque no entendimos nada. Llevábamos tres minutos envueltos en un silencio sepulcral cuando el negro se levantó cómo si lo hubiese atacado un ejército de hormigas carnívoras.
- ¿Qué te pasa Negro?
- Ehhh, no nada, mirá me tengo que ir, acabo de recordar algo pero mañana vengo a la misma hora. ¡No te vayas a ir!
Ese “no te vayas a ir” me dejó desconcertado, porque fue en tono de orden. Agustina, que entendía menos que yo, lo dejó pasar, total el otro era amigo mío y su locura debía bancármela yo.
Llegó hasta la puerta, se volvió, le dijo algo a mi abuelo, me miró, guiño y se fue y me dejó ahí parado el muy pelotudo, preguntándome qué le pasaba por su cabeza.
III
- Escuchá, ese es Víctor Hugo. ¿Viste cómo se te pone la piel de gallina? ¿Viste el sentimiento que transmite cuando le dice a Maradona barrilete cósmico, cómo se le quiebra la voz cuándo le agradece a Dios? Y Víctor Hugo es uruguayo. A eso me refiero cuándo hablo de los relatores de radio, ¿entendés Alejandro? Vos no habías nacido, pero ese relato no lo podrás olvidar jamás.
IV
- Estás loco negro, es imposible.
El negro había vuelto, tal como había prometido, y no había dejado de hablar en los veinte minutos que llevaba en la casa. Lo primero que hizo fue llamarme a los gritos y conducirme a mi propia habitación para contarme su plan.
- Ale, tenemos todo para hacerlo y con lo que menos contamos es tiempo. Sé que será complicado, pero la parte técnica la tenemos sólo hay que pulir un poco la idea.
- ¿Pulir? ¿Sabés cuánta gente necesitamos para hacer lo que me estás diciendo? Y eso sin contar que nadie debe decir nada, que hay que convencer a mi vieja, a mis tíos, es un quilombo… es imposible de hacer, olvídate.
- De tu vieja me encargo yo a su debido momento.
Me dijo eso y noté que le dijera lo que le dijera, el negro quería llevar su plan adelante y hasta que no fracasara no iba a parar. Intenté un último intento para frenarlo y me paró en seco.
- ¿Te acordás aquella vez en la escuela, cuando rompí el vidrio y si mis viejos se enteraban me iban a matar y tu abuelo se hizo pasar por el mío y se bancó que le dijeran todas las pelotudeces que yo hacía? Bueno, se la debo, por eso quiero hacerlo.
Me quedé mudo, no supe que contestar. El negro no era muy de recordar lo que se hacía por él y menos de ponerse sentimental, así que me callé y aguardé, con la esperanza de que se cansara de su plan y con el paso de los días se rindiera.
V
Pasaron dos semanas desde que el Negro había venido a mi casa con su idea y a mi abuelo ya sólo le quedaba dos meses, cuando empezaron los problemas
- Ya está todo listo, ahora toca tu parte. Incluso ya hablé con tu vieja y tu hermana y no se van a meter. Así que depende de vos.
“Depende de vos”. Antes dije que hay frases que quedan en la memoria, pero ésta en especial me hizo reír y querer cagarlo a trompadas.
La parte que a mí me tocaba del plan era una de las más complicadas. Se trataba de engañar a mi abuelo, y si bien no era complicado, me molestaba hacerlo. Debía hacerle creer que era otro tiempo, que no estábamos en abril, sino que en mayo. En otras palabras, aprovecharme de su débil memoria y hacerlo confundir, a él, al tipo que prácticamente me había legado lo más importante que tenía en mi vida.
Pero que mi vieja lo apoyara al negro fue lo que me terminó de convencer. Bah, en realidad fue que si yo no lo hacía, lo haría él y eso sería peor, porque así como era de tener locuras, también era conocido su poco tacto a la hora de manejarse.
VI
- Argentina debe ganar el mundial, Ale
- Y sí, sino nos matamos abuelo…
- No, no por eso. Al fútbol le falta la magia del 10. España salió campeón con un gran equipo, pero los hábiles, los que se sacan tres jugadores en un metro cuadrado casi ya no vienen. Si Argentina sale campeón será por Messi y otra vez ese tipo de jugadores serán importantes, como cuando estaban Maradona y Platini, Baggio, Valderrama. Hacen falta aquellos que aman el fútbol y se divierten. Hace falta magia…
VII
Los siguientes días fue un quilombo mi casa y hacer que el abuelo no se diera cuenta lo que se venía era una tarea que nos llevaba todo el día.
Lo primero fue suspender que nos trajeran el diario. Para eso adujimos que había paro de canillitas.
Lo segundo fue empezar a leerle noticias de internet. Ahí aprovechábamos que el viejo no quería saber nada con la computadora, entonces no corríamos el riesgo de que sin querer descubriera el plan pergeñado por el negro.
Lo tercero era también evitar que los vecinos hablaran o él se diera cuenta de que llevábamos una semana confundiéndolo con que ya casi estábamos en junio, hasta que logramos convencerlo, pero lo que vi ese último domingo de abril (mayo en nuestra realidad alternativa no me lo esperaba).
Salí ese domingo a la calle, había perdido el sorteo de ir a comprar las facturas con mi hermana y me encontré toda la cuadra adornada con banderas argentinas de los dos lados, hasta dos niñitos jugando al fútbol contra su portón con las camisetas de la selección puestas y fantaseando que ambos eran Messi.
En eso sale mi vecina, de 17 años, y que no me hablaba desde que su cuerpo comenzó a tomar formar y yo me quedaba como bobo viéndola y me dijo: “en casa estamos todos hablando de lo que ustedes idearon. Es muy lindo lo que hacés por tu abuelo”, me dio un beso en la mejilla y se fue, dejándome cómo un tarado en potencia que sólo atinó a decir “gracias”, y que aún hoy no sé si realmente lo dije o me lo imaginé.
Después de ese beso, para mí yo era Messi y también supe que ya no había marcha atrás. El plan debía salir a la perfección y me asombré de la capacidad del Negro para no sólo convencerme a mí, sino también a toda la cuadra de que vivíamos un mes adelantado del resto del mundo.
VIII
- ¿Seguro tu abuelo no ve televisión? Mirá que eso es clave.
- Posta, su vida pasa por la radio y ahora por lo que nosotros le leemos de internet.
- ¿Se lo creyó?
- Sí, negro, hasta ahora se ha creído todo. Cree que ya estamos a unos días. ¿Cómo vas a hacer con el tema del partido?
- Lo tengo todo listo. Vos pónele la emisora que te dije. El Pablo, que es el locutor, ya viene adelantando un especial. Le encantó la idea y hasta armó un concurso para sacar algún beneficio propio, así que viene todo de diez. Hasta móviles dentro de la cancha tendremos.
Tenía razón el negro. Que mi abuelo no viera televisión era clave. El resto de las cosas podíamos medianamente controlarlas, pero la televisión no. Creo que fue la primera vez en mucho tiempo que agradecí que no le gustara ver los partidos por la caja boba y amara escucharlos. El plan iba llegando a quizá la etapa más complicada. El mundial estaba encima de nosotros.
IX
- ¿Alejandro te acordás el primer mundial que escuchamos juntos?
- Sí abuelo, el del 2006, yo era chico.
- Siempre quise festejar con vos un mundial, pero nunca pasamos de cuartos.
- Yo también. Este mundial será nuestro, ya verás.
- …
- …
- Espero llegar.
- Eh viejo, vas a llegar, es una promesa.
X
Y llegó nuestro 15 de junio (para el mundo real aún faltaba un mes), pero para nosotros ese día jugaban Argentina- Bosnia y era el debut de nuestro mundial ficticio, el punto en el que el plan podía irse a la mierda si algo salía mal, si mi abuelo se daba cuenta de la trampa o si la transmisión de la radio se cortaba.
- ¿El Pablo está listo?
- Sí, está listo y es la quinta vez que te lo digo. Hasta los vecinos están avisados, no te preocupés que todo va a salir bien.
Cómo para no preocuparme. El negro había ideado un plan donde adelantábamos un mes el mundial, donde estaba complotada mi familia y mis vecinos, todo para que mi abuelo tuviese otro final.
Lo peor es que yo no podía estar detrás del plan, ya que debía estar con el viejo escuchando el partido, a través una radio donde el relator era Pablo, un amigo del negro y dos flacos más que ni siquiera conocía, pero que se habían prendido porque Pablo ideó una especie de juego en donde los oyentes debían acertar cómo salía el partido, quién lo ganaba y a través de eso, todo el mundo ganaba algo.
Admito que Pablo relataba bien y que lo había armado bastante bien. Por suerte, los otros dos pibes sólo se dedicaban a comentar alguna jugada del partido, ya que a último momento los logramos convencer de que no intentaran imitar a los jugadores haciendo notas de mentira.
A los 18 minutos del primer tiempo hubo un tiro libre para Argentina. No sé por qué, sabiendo que todo era mentira, ese disparo de Messi clavándose en el ángulo lo pude ver en mi cabeza cómo si realmente estuviese pasando, pero no fui el único. Lo grité con todas mis fuerzas pero mis vecinos también. Lo miré al negro que inspeccionaba todo desde detrás de la puerta. Toda la cuadra escuchaba la misma radio, el hijo de puta no había dejado nada al azar y no pude más que mirarlo con admiración.
A los 25 del segundo tiempo fue la primera vez que casi echamos a perder todo. El Pablo envalentonado con un 3 a 0, hizo que Marcos Rojo saliera gambeteando desde atrás, dejara a uno, a dos, a tres en el camino y la clavara en el ángulo. ¡Sí, Marcos Rojo!
Mi abuelo entró a sospechar y lo miré al negro con ganas de matarlo. Porque si era Messi, Agüero y hasta Di María, vaya y pase, pero Rojo que no puede gambetear ni un árbol en el parque era demasiado fantasioso.
Por suerte, Pablo vio el mensaje de WhatsApp en el medio de su grito de gol y corrigió el relato, asegurando que era Messi el autor de tal jugada. Esa misma noche nos iba a explicar que “su error” fue porque es fanático de Estudiantes y que se dejó llevar por la euforia. En tanto, mi abuelo se lo creyó y sólo pegó una puteada a los relatores que no ven nada y se confunden de jugadores.
La primera prueba había pasado y Argentina ya tenía su primer triunfo en el mundial. La cuadra estaba de fiesta y creo que si alguien ajeno al plan hubiese pasado ese día por ahí, habría pedido manicomio para todos.
X
- Tres goles hizo, te dije Alejandro, la magia existe.
- Sí, pero ahora se viene Irán y hay que ganarles para llegar tranquilos contra Nigeria.
- A Nigeria los tenemos de hijos, llegamos a octavos y ahí empieza nuestro verdadero mundial.
XI
La primera ronda se pasó fácil. 4 a 0 a Bosnia, 4 a 1 a Irán y 1 a 0 contra Nigeria. Argentina ya estaba en octavos de final y nosotros agotados.
Mi hermana ya estaba cansada de seguirnos la corriente y si lo hacía era porque también era su abuelo. Mi vieja todos los días se olvidaba del plan y teníamos que callarla o corregir sus metidas de pata. A mis vecinos no podíamos controlarlos y mi abuelo nos seguía creyendo pero su salud cada vez empeoraba más y casi ya no salía de la cama y menos aún de la casa.
Si bien eso nos quitaba el problema de los vecinos de encima, a nosotros nos partía el alma, pero el viejo siempre nos sacaba una sonrisa de vaya a saber dónde y todos sabíamos que no podíamos renunciar por más trabajo que nos costara.
Y ya era 1 de julio en nuestra fantasía y Argentina jugaba los octavos contra Suiza y yo no podía disimular mis nervios, mis ganas de gritar que paráramos con la farsa que no aguantaba más, pero que menos soportaba verlo al padre de mi vieja tirado en la cama, haciendo fuerzas para escuchar el partido en la radio, mientras nosotros, porque Agustina se nos había unido a la hora de los partidos, luchábamos para no llorar.
Ese día Argentina venció 2 a 0 a Suiza, en un partido discreto, pero que salió tal cuál se lo habíamos pedido a Pablo. A esa altura, el negro prácticamente vivía en mi casa y era el único con fuerzas para realmente seguir con el acto de ilusionismo que él mismo había ideado.
XII
- Alejandro, cuándo yo ya no esté, vas a tener que cuidar de tu mamá y de tu hermana, serás el único hombre de la familia.
- Abuelo dejá de joder que no te vas a ir a ningún lado.
- No, yo estoy viejo, enfermo pero no soy tonto. Sé lo que dijeron los médicos.
XIII
Cuando Argentina estaba en semifinales todo era como un sueño. En la cuadra, mis vecinos vivían una euforia increíble y a veces pasaban a visitarnos sólo para sentirse más partícipes del engaño.
Mi abuelo dormía o hablaba con Agustina y conmigo, dándonos todo el tiempo consejos de cómo debíamos portarnos cuándo él ya no estuviese para cuidarnos. Claramente era una situación de mierda, pero ni a mi hermana ni a mí nos daba para callarlo, ya que ninguno sabía cómo curarlo de esa muerte que parecía acercarse cada vez más.
De hecho, en los últimos días, su situación se había agravado y por momentos no nos reconocía o peor aún, se confundía de fecha y no sobre la real, sino que retrocedía años atrás.
Con ese cuadro de situación, fue que Argentina jugó uno de los mejores partidos en todo el mundial y con dos goles de Higuaín y uno de Messi, le ganó a España 3 a 1, pero en la casa no había mucha euforia.
Ese día mi abuelo estaba más decaído que de costumbre, escuchó a Pablo relatar el partido en silencio, hizo un comentario sobre cómo había mejorado a la hora de relatar y sólo atinó a hacer una pequeña sonrisa cuando el árbitro, o mejor dicho Pablo, dio por terminado el partido. Argentina llegaba a la final, la primera en 28 años y mi abuelo también se acercaba a su último partido. Esa noche me dormí llorando.
XIV
13 de julio en nuestro mundo, 13 de junio en el real. Finalmente llegaba nuestra final y cómo no podía ser de otra manera, era contra Brasil, porque si toda la historia es una fantasía, en la nuestra esa era la final soñada.
Tanto el negro como yo habíamos escuchado la historia del “maracanazo” de la boca de mi abuelo, de aquel 2 a 1 con el que los uruguayos vencieron a 200.000 brasileños en una final de copa del mundo, y en nuestro sueño, Argentina repetía aquella hazaña.
Esa mañana fue anormal teniendo en cuenta lo que habían sido los anteriores. Mi abuelo estaba de humor e impaciente porque a las 16 era la gran final y nosotros, nerviosos porque nuestro plan llegaba a su fin. Llevábamos un mes engañándolo, le habíamos regalado un mundial que en el mundo afuera de nuestra cuadra recién empezaba, pero que casi ya no nos importaba.
Esa tarde nos sentamos los dos en el living. Agustina estaba demasiado nerviosa y explicó que se iba a estudiar a su habitación, porque rendía en unos días. Todo era como antes.
Y casi como un calco de aquella vieja final, al comienzo del segundo tiempo, Brasil se ponía 1 a 0 con gol de Neymar, pero el viejo sonreía. Algo dentro suyo sabía cómo debían darse las cosas y a mí ya no me importaba si la final existía realmente o no, sólo disfrutaba de verlo tranquilo y feliz.
Y así fue porque a los 25, Pablo inventó una jugada maradoniana, Messi se limpió a dos al borde del área y se la picó al arquero. 1 a 1 y a ver qué sucede.
Y lo que sucedió fue que Agüero se escapó de su marca y de volea le pegó al arco faltando sólo dos minutos, el arquero vuela, Messi y los demás observan cómo la pelota se dirige a su destino inexorable que es dentro del arco, ven como el arquero roza el fútbol con dos dedos, cómo ésta se desvía apenas pero lo suficiente para reventar el palo, pero hay uno que no se queda viendo y se arroja al suelo, es Higuaín, el goleador con olfato para saber de antemano para donde iba a rebotar la pelota y cuando el partido está por terminar, se escucha un grito de gol u once, en medio del silencio de 200 mil brasileños.
Al lado mío, mi abuelo también lo grita y me abraza. No lo puede creer. Argentina gana 2 a 1 y está saliendo campeón. El mismo grito se replica en las casas de alrededor, que cómo no podía ser de otra manera, no querían perderse esa final ficticia.
Los últimos minutos fueron de nervios y muy reales. Quería que Pablo lo terminara, le mandaba mensajes al negro, pero era interminable el partido y de repente terminó. Dos segundos de silencio y la cuadra volvió a explotar en gritos y con ella mi casa.
Cuando dejé de gritar y festejar lo miré a mi abuelo, que se había quedado paralizado mirándome. Me abrió los brazos, y mientras me decía: “Te lo dije Ale, íbamos a salir campeones. La magia aún existe”, yo no soporté más toda la angustia cargada y me largué a llorar como cuando tenía 8 años y me caía de la bicicleta y corría hacia él, cómo si esa fuera la fórmula mágica para curar cualquier dolor.
En medio del abrazo, sentí otra persona que se nos unía. Era Agustina. No había aguantado el encierro y sin que me diera cuenta, había escuchado los últimos minutos parada en la puerta del living. Tampoco pudo evitar llorar y se nos unió en un abrazo en donde uno, mi abuelo, lloraba de alegría y los otros dividíamos lágrimas por verlo feliz pero también porque no dejábamos de pensar en lo que se venía.
XV
- Ale te debo confesar algo
- ¿Qué pasó Negro?
- ¿Te acordás cuándo nos hicimos amigos? Bueno… yo me acerqué a vos por la Agus.
- …
- En serio, no me mirés así.
- ¿Y pasó algo?
- No, nunca me dio bola así que nunca le dije nada y después se me pasó.
- Ah, ok.
- Ok.
XVI
Dos días después de aquella final, mi abuelo finalmente falleció. Lo sepultamos el mismo día. Esa tarde en el cementerio no faltó nadie. Ni siquiera Pablo y sus dos comentaristas, a quiénes abracé, les agradecí y les prometí un asado o algo, por todo lo que hicieron. Mi vecina también estaba ahí y me saludó desde lejos, con una sonrisa triste que devolví y agradecí, porque no me encontraba en condiciones de mantener una postura valiente en ese momento.
El negro lloraba con nosotros, como un nieto más, como si fuera otro hijo de mi vieja y Agustina no se separaba de mí.
Mientras volvíamos y mi vieja manejaba el auto, recordé que el verdadero mundial había empezado, miré la hora y deduje que Argentina debía estar jugando sus últimos minutos contra Bosnia, por lo que puse la radio justo para escuchar un gol.
No sabíamos de quién había sido, hasta que el relator dijo que era de Messi, que era de Argentina. Sonreí. Un minuto después, el mismo periodista nos confirmó que era el 4 a 0. Miré al negro y me devolvió la misma sonrisa que tenía yo y que Agustina también tenía dibujada en su rostro. Miré hacia el cielo y volví a sonreír. Era demasiada casualidad.
martes, 11 de marzo de 2014
El fin del mundo
"En serio, el cielo se volvió blanco cuando
íbamos llegando a Los Andes". Mariano no se cansaba de contar lo que
nos había pasado cuando regresábamos de Chile y la verdad es que era lo único
emocionante del viaje luego de tres películas malas, un cancherito enfrente
nuestro, una niña que lloraba cada cuarenta minutos y la gorda de la madre que
me apoyaba el culo en el hombro cada vez que se paraba.
"Nos pegamos un cagazo bárbaro, para mí que se viene el fin del mundo y Jesús anda viendo donde aterriza para que todo esto se vaya a la mierda", siguió Mariano, que luego de llegar de Chile lo pudimos convencer de no hacerse cura cuando le hicimos notar que habría domingos en lo que no iba a poder ir a la cancha por estar dando misa.
"No, ese no es Jesús, esas eran las almas de Pedernera, de Cucciufo, y de otros futbolistas muertos que quieren estar presentes cuando demos el maracanazo en Brasil, lo que pasa es que van con tiempo para conseguir buenos lugares", sostuvo el Jere, que ante la sorpresa de todos hablaba con cara de estar diciendo esas boludeces muy seriamente.
"Piensen, Brasil es el país de Sudamérica con más católicos, el Papa estuvo ahí pidiendo que hagamos lío, es un lugar muy espiritual, ¿cómo se lo iban a perder?", agregó el boludo y de repente, con cara de más boludo, me encontré imaginando miles de almas argentinas surcando el cielo para ver a Messi levantar la copa del mundo.
"¿Che, por las dudas de que fueran estrellas fugaces no pidieron un deseo? Miren si tuvimos la oportunidad de ser campeones y de que el tomba no descienda y todo se va al carajo porque ustedes dos, pelotuditos, no se avivaron de pedir un par de deseos", tiró Seba.
"No te preocupes que los pedimos y por las dudas agregué otro donde exigimos que dejaras de ser tan comilón y pelotudo pero las estrellas, Jesús, las almas y los extraterrestres nos respondieron que hay milagros imposibles de lograr", le respondí, harto de que se crea más vivo que el resto.
"Están todos equivocados. ¿El fin del mundo? ¿almas? ¿estrellas fugaces? Déjense de joder. Eso lo han imaginado o eran aviones o simplemente un efecto de luces. Estamos en el 2014 y ustedes son tan supersticiosos como en la Edad Media, por favor", reclamó en un reto el Agus, que además de amargo y arruina teorías, también era el más inteligente.
Todos nos callamos y bajamos la cabeza, dentro mío me preguntaba qué era lo que yo creía y si Agus tenía razón o no o si incluso el pelotudo de Seba acertaba y por colgado de no pedir los deseos no ganábamos nada y lo miraba a Mariano en busca de una mirada que me dijera qué él sí los había pedido.
En eso, Agus volvió a abrir
la boca y me sacó de mis pensamientos. "¿Che, muchas minas en la
playa?", preguntó y Marianito agarró el guante: "Sí y no sabés la que
me levanté", empezó a contar...
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